Publico hoy la primera entrega de El Cuarteto de Alejandría, aparecido en el número de febrero del corriente año en la revista OP Machinery.
EL
CUARTETO DE ALEJANDRÍA(1)
Las
navidades del 2012 me trajeron un doble regalo de parte de mi mujer: El
cuarteto de Alejandría y un moleskine de
tapa roja. El doble regalo parecía encubrir un claro mensaje, una nueva y
paciente relectura de esta obra con la herramienta al lado, para fijar
conceptos, ideas, y para anotar un buen
número de vocablos de incierto o desconocido significado. Y a fe mía que me he
zambullido en una lectura febril, gozosa, de esas cuatro novelas publicadas
entre 1957 y 1960 y que hicieron a Lawrence Durrell candidato al Nobel de
literatura. Ahora utilizo el moleskine
y la memoria para pergeñar estas líneas.
Desde
el punto de vista de la literatura, esta obra es notable por diversos conceptos
y un rápido vistazo en wikipedia nos puede dar unas cuantas pistas: Durrell nos
habla del amor en todas sus formas (…con
una mujer sólo se pueden hacer tres cosas: quererla, sufrir o hacer literatura);
de la fuerza del sexo, que aparece como lo único que mueve a ciertos
personajes; nos habla de los conflictos de intereses entre ellos; estructura su
historia en una forma novedosa (de ahí, los cuatro libros que la componen), de
tal modo que creo que la próxima vez que la relea no seguiré el orden
preestablecido o lo haré en etapas independientes, pues pienso que los cuatro
libros deben leerse también por separado…; nos habla del oficio de escribir: …comprendí que nosotros, los artistas,
formamos una de esas patéticas cadenas humanas que los hombres organizan para
pasarse baldes de agua durante un incendio…para explorar los tesoros ocultos de
la vida y ofrecerlos a una comunidad indiferente …; y nos habla de otra novela (Moeurs y su autor, Arnauti) y de
Pursewarden, alter egos ambos del narrador, Darley, que es asimismo escritor. Pero,
sobre todo, es la novela de una ciudad, de un momento histórico, de un fin de siècle, como lo hubiera definido
el propio Durrell y que, en cierto sentido, como señalaré más adelante,
prefigura el actual panorama geopolítico, dejándonos alguna contradicción muy
de mi gusto. El lector deseará conocer Alejandría, caminar por la calle Fouad o por Tatwig Street, perderse entre las callejuelas del barrio árabe y
sentarse en la terraza del Cecil tomándose un whisky con hielo mientras
contempla el ocaso y el tráfico por la Corniche.
…La ciudad que se sirvió de
nosotros como si fuéramos su flora, que nos envolvió en conflictos que eran
suyos y creíamos equivocadamente nuestros, la amada Alejandría.
¡Ella es la auténtica protagonista! Pues en efecto, los conflictos alejandrinos
están siempre presentes desencadenando acontecimientos que jalonan la historia
y enredan a los humanos protagonistas. Entre los europeos que habitan esa
Alejandría destacan ingleses y franceses (Egipto fue protectorado británico
hasta 1946) pero también italianos y griegos. De los asiáticos, hay turcos,
sirios, armenios, palestinos. Y hay judíos de diversas procedencias, incluidos
los locales. Se habla árabe, francés, inglés, griego…Musulmanes y coptos
celebran las festividades comunes como si fueran las propias de cada uno,
llegando a orar ante la tumba de un santo común, en un sincretismo típicamente
egipcio. Alejandría viene siendo desde finales del XIX la capital del Mediterráneo Oriental, con una
gran influencia comercial en las tres orillas de ese lado y en toda la zona
aledaña. Todos esos expatriados, más los coptos que copan los peldaños de la
administración extranjera, dominan el comercio y forman la burguesía local son
los personajes a través de cuyos ojos conocemos la ciudad y sus conflictos. Los
egipcios de baja extracción, de religión musulmana, son los que sostienen el
país y la ciudad y Durrell no duda en tildarlos de egipcios típicos, como
cuando se refiere a un personaje a quien una deficiencia física afea. Ese
sustrato de población aparece como un friso
de colores vivos, como un fondo escénico de opereta, si podemos expresarlo
así. (Continuará)
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