miércoles, 24 de febrero de 2016

24-F






Pues sí, hoy es, ya, 24-F, y no ha pasado nada. Les confieso que no las tenía todas conmigo. Recuerdo perfectamente el 23-F de hace treinta y cinco años, cosa que sé que no está al alcance de muchos de ustedes.
Yo había trabajado todo el día, e incluso una reunión a última hora demoró mi partida hacia casa. Cuando llegué ante la puerta –serían hacia las ocho y media de la tarde, cosa así- no conseguí abrir la puerta de casa; no, no había bebido una gota, de verdad. Oí el ruido del cerrojo y me abrió mi mujer: con los dos hijos que entonces teníamos se había refugiado en casa, cerrando por dentro. Aquella noche fue una de las pocas que hemos dormido con el cierre echado.
El lunes día 22, escuché al ministro del Interior, quejándose –amargamente, como suele hablar él- de que en los últimos días se estaba produciendo un aluvión de casos de corrupción en el partido del gobierno. No sé porqué sus palabras me trajeron el “ruido de sables” que precedió al 23-F de hace treinta y cinco años. Me dije, no, no puede ser que una persona de cierta cultura y con el conocimiento que ha de tener sobre el funcionamiento de su Ministerio (y de su propio partido, además) se muestre extrañado de la gran cantidad de casos de corrupción que les están saliendo a la luz. ¿Pudiera existir otra explicación? No me quitaba esa pregunta de la cabeza. Ayer martes, día del aniversario, fue un día tranquilo, y hoy, creo que ya podemos respirar aliviados.
Y he leído esta mañana que un sindicato de la Guardia Civil se ha quejado de las palabras de su máximo jefe político, y me ha parecido escuchar sobre la existencia de alguna denuncia en la fiscalía por las mismas razones.
Yo distingo dos clases de personas religiosas. Unos, alegres y contentos por su fe, muestran esa misma imagen, que parecen llevar grabada en lo más profundo de su ser (es el caso de una prima mía, monja, ya muy mayor). Los otros, por el contrario, parecen vivir esa fe con un pesar y una angustia que también se les transparenta en el rostro. No hace falta que les diga que coloco al tal Fernández Díaz en este segundo grupo. 
Y que quieren que les diga, me dan miedo.

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