viernes, 25 de noviembre de 2016

Fundido a negro



FUNDIDO A NEGRO





Un hombre despierta y se incorpora en la cama. Permanece un buen rato sentado en el borde, la mirada perdida en la pared desnuda. Sin prisa, se va vistiendo, y sin desayunar, sale a la calle. Deambula sin rumbo fijo, por unas calles y otras. De repente, se para ante un anuncio luminoso que dice Sex Shop. Entra, y accede a una cabina. La poca luz que le llega procede, a través de una ventana que tiene ante sí, de una plataforma elevada forrada de algo que simula una piel de oveja. El hombre mira en torno a la plataforma descubriendo otras ventanas como la suya. El habitáculo tiene una silla, un rollo de papel higiénico colgado de la pared, un cubo de basura vacío y un gancho donde el hombre cuelga su impermeable. Espera. Al rato, aparece una chica vestida con una bata transparente que deja traslucir su ropa interior. Al mismo tiempo, empieza a oírse una música, a cuyo ritmo la chica comienza a ejecutar diversos movimientos insinuantes, tendida o recostada en medio de la plataforma. La chica sonríe. El hombre asiste impávido al espectáculo; la chica va desprendiéndose lentamente de su bata. Cuando en el lento giro de la plataforma, la chica llega frente a él, levanta sus ojos, que se encuentran con los del hombre. Él da un respingo, abriendo los suyos  desmesuradamente. Rápido, el hombre recoge su impermeable y sale del cubículo a tropezones; el encargado del local, sorprendido, se le queda mirando mientras consulta su reloj.
Dos horas después, la chica sale de la cabina y echa a andar acera adelante. El hombre la sigue a cierta distancia hasta verla entrar en un portal. Una hora después, la ve salir, esta vez con una niña de la mano; la niña tendrá cuatro o cinco años. El hombre las sigue hasta un pequeño parque donde se sienta en un banco, a cierta distancia. La niña juega con una pelota y en un momento dado, la pelota llega hasta los pies del hombre, que se inclina y la recoge. La niña se acerca corriendo y, a metro y medio, se para sonriendo, y dice, la pelota es mía. El hombre se la entrega y la niña vuelve corriendo hacia su madre, que no ha visto la escena anterior y charla con otra madre. La niña llega donde ella y le dice algo, las tres miran hacia él, sonriendo, y vuelven la mirada. El hombre mira hacia otro lado, se levanta y se va.
En los días siguientes, el hombre continúa su seguimiento, siempre en el parque. Se mantiene distante y observa atentamente. Un día aparece un chico que discute agriamente con la chica, besa a la niña y después se va.    Siempre a la misma hora, el hombre sigue a la chica y a la niña, sin acercarse nunca a ellas.
El hombre despierta y se incorpora en la cama. Después de un buen rato, se levanta y mira por la ventana. El día es gris, una espesa niebla lo cubre todo. Se ducha, se afeita, guarda la cuchilla en el bolsillo de su camisa y sale a la calle sin desayunar. Busca el local, paga su entrada al mismo empleado y se mete en un cubil idéntico al de la otra vez. Sale una chica negra a hacer su número. Con la cuchilla de afeitar, el hombre se hace un corte en la muñeca izquierda, y con el papel higiénico va empapándose la sangre. Pasan unos minutos, la sangre brota, lenta pero incesantemente. La chica negra sigue con su número. El hombre mira. Sus ojos no tienen expresión. Al poco, la cabeza se le inclina, la barbilla toca su pecho. La chica vuelve a estar frente a su ventana y sonríe insinuante, casi desnuda. No lo ve. El hombre se derrumba, el suelo enmoquetado amortigua el golpe.



1 comentario:

  1. De una lectora que me ha hecho llegar sus comentarios, me creo en la necesidad de explicar el sentido de mi texto.
    Muchos sabrán que un fundido a negro es ese instante en el cine en el que la cámara va cerrando su objetivo hasta quedar totalmente a obscuras. Así acaba el relato, y de ahí, el título.
    La intención del mismo no era otra que, con un lenguaje lo más desnudo posible, hacer una especie de guión para un corto; si lo he conseguido o no es otra cuestión.

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