Hace
unos días pude volver a ver "El crimen de Cuenca", la película de Pilar Miró.
Igual que las otras dos o tres veces anteriores, me impresionó. Y ahora, antes
de que se me borre, quiero dejar esa impresión en el papel.
La
película narra los hechos traumáticos acaecidos hace un siglo, entre 1910 y
1928, en unos pequeños pueblos del partido judicial de Belmonte, Cuenca. Hechos
traumáticos porque en ese ambiente semi rural de hace cien años, la
desaparición de un joven pastor, la posterior denuncia de tal hecho contra dos
vecinos del pueblo, su detención, su autoinculpación, juicio y condena, necesariamente
tenía que afectar a la vida de aquellas personas.
Hay
una magnífica elección de exteriores, interiores, vestuario; la película tiene ritmo, una buena
interpretación y sostiene el interés del espectador hasta el final. Presenta
los sencillos personajes del pueblo y el papel que desempeñaban en aquellos
momentos las fuerzas vivas, como el diputado provincial, el juez, el párroco,
el médico, …Vamos viendo cómo alrededor de los acusados se va tejiendo una trama
urdida por los intereses personales del poder local que los lleva a un
aislamiento total, incluso de su propia familia, que hace –junto a las torturas
sin fin a que se ven sometidos en una situación de ausencia de derechos- que se
declaren culpables de un hecho que no han cometido.
Condenados,
van a prisión, y sólo una curiosa casualidad hace que se ponga de manifiesto su
inocencia, vencidos los obstáculos que ponen los que les incriminaron, y que,
lógicamente, conservan el poder.
La
escena final es de una intensa emoción y es de esas que no se olvidan
fácilmente. Las palabras que aparecen al final de la película hacen un recuento
de la historia y certifican lo de siempre: los culpables no recibirán su justo
castigo; ya entonces la justicia era lenta.
Pero
es interesante lo que rodeó el estreno de la película. Rodada en 1979, se quiso
estrenar en 1980, mas la censura entendió que el relato fiel de los hechos
acaecidos representaba un ataque a la Benemérita. Los acusados fueron
torturados, en efecto, pero hubo un guardia civil que pedía al preso que
gritara desgarradoramente mientras descargaba los zurriagazos contra una mesa o una pared; así engañaba a
su superior, sin exponerse a ser descubierto por éste. Al parecer este detalle
no pareció suficiente a la censura que temía que el público obtuviera una mala
imagen de los guardias. ¡Cómo si el público español de aquellos años no
conociera a la Guardia Civil franquista!
Finalmente,
Pilar Miró vio estrenada su película en el año 1981 obteniendo un enorme éxito
de público. Película muy recomendable, no desperdicien la ocasión si pueden
verla.
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