jueves, 24 de mayo de 2018

Goya, los moros, y Jiménez Losantos




Goya, los moros, y Jiménez Losantos


He visitado, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, una retrospectiva dedicada a Goya.  Había también una única obra de Rembrandt, “Muchacha en una ventana”, casi diría que suficiente para entender lo que es un retrato. Del artista de Fuendetodos había un buen muestrario de las distintas facetas de su pintura, incluido un autorretrato, que me hizo recordar el regalo que una tía paterna me hizo, cuando niño, de una fotografía de la referida obra,  acompañada de un papel cuadriculado del mismo tamaño para que yo pudiera ejercitar mis dotes de pintor manchando las cuadrículas según los colores del original; eso bastó para que yo calibrara mis posibilidades como pintor.
No les voy a hablar de pintura ni del valor intrínseco de la obra de Francisco de Goya y Lucientes. Entre el material que estaba a disposición de los visitantes había una lucida colección de cartas del mismo Goya, otras dirigidas a él, y otras de su cuñado Bayeu. Hay que señalar que entre esas personas, así como muchas otras de la corte de entonces, incluido el mismo rey Carlos IV, estaba en boga la afición a la caza; sabido es que en esta práctica es importante la puntería, pero también el disponer de unos buenos perros. Y por lo que se desprende de ciertas cartas, en Aragón había fama de buenos canes, por lo que Bayeu le pide a Martín Carreter, amigo íntimo de Goya, que le ayude para conseguirle al rey unos ejemplares de esos perros, tan buenos cazadores. Y le advierte dónde los puede encontrar, y que si el propietario no quiere, de buena gana, ofrecérselos a su majestad, que sepa que podrá dar aviso a cierto general que podrá torcer su voluntad. Vean ustedes como se confirma ya en aquellos tiempos la afición monárquica –al menos, la de los Borbones- de conseguir bienes ajenos sin pagar por ellos.
Pero lo más sorprendente de esa colección de cartas son las que se dirigen mutuamente nuestro admirado pintor y su íntimo amigo de toda la vida, el citado Martín Carreter. Vaya por delante que entre la obra expuesta hay tres retratos de Martín, en diferentes momentos de su vida. A priori, nada debe extrañarnos, pues siendo como era un hombre acaudalado, aparte de la amistad que se profesaban, esos retratos pueden estar más que justificados, pero la lectura atenta de las misivas nos va introduciendo en otra dimensión: la relación entre los dos hombres tiene un sesgo claramente sexual, cosa que según he podido indagar después se afirma entre algunos de los exégetas de nuestro pintor. Confieso que nunca había estado yo enterado de tal extremo, y por otra parte, Don Francisco había desposado a la hermana de Bayeu, que le había dado ocho hijos de los cuales solo uno llegó a la edad adulta. Ya viudo, convivió con otra mujer, de la que se dice que tuvo una hija. En cualquier caso, y según se dice, no le hacía ascos a las mujeres; recuerden los rumores sobre su relación con la Duquesa de Alba.
Este asunto de Goya me ha traído el recuerdo de una noticia leída unos días antes: en una población del norte de Marruecos, un vecino de cierta edad acudió al médico por una molestia en un testículo. Tras el correspondiente examen, el galeno le aseguró que debido a ese problema no podía tener hijos, y que su esterilidad era congénita. Pues bien, el hombre, casado, tenía nueve hijos, ¿pueden ustedes imaginar el cuadro? Cualquier posibilidad debe quedar abierta, a poco que conozcamos los prejuicios sexuales del país magrebí. Según continuaba la noticia, nuestro hombre procedió a repudiar a su esposa y dejar sin manutención a sus hijos. Según parece, esto está contemplado en la ley marroquí.
Y como un asunto lleva a otro, me vino a la memoria la utilización de tropas africanas –los regulares- tras el golpe de estado antirrepublicano del año 1936. Algún general del bando fascista parece ser que dijo, al darles a los moros libertad de acción en los pueblos andaluces que iban cayendo en poder de los sublevados, que ahora las mujeres de los rojos se iban a enterar de lo que era un hombre de verdad.
Y siguiendo con los moros, el insigne Jiménez Losantos, comentando la puesta en libertad de Puigdemont por la justicia alemana, ha acusado a los jueces alemanes de racistas, puesto que nos consideran como si fuéramos marroquíes. ¿Cómo se considerará a sí mismo este periodista (¿?),  racista, no racista?  Curioso, ¿verdad?  

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