Este artículo ha sido publicado en la revista OP Machinery, en su número de octubre de 2018
El
libre mercado, la propiedad privada, la libre iniciativa individual, la no injerencia
de los poderes del Estado en la actividad económica, la supremacía del mero
interés personal, en definitiva, el liberalismo económico expresado en la frase laissez
faire et laissez passer, le monde va de lui même, o sea, dejad hacer y
dejad pasar, el mundo va por sí mismo, constituyen los principios básicos de la
revolución liberal que se impuso en Europa, y por ende, en el mundo entero hace
dos siglos y medio. Ni en todos los países a la vez ni con la misma intensidad,
como es natural; con Inglaterra en cabeza, mediante la confiscación de las
tierras comunales por los propietarios más poderosos, con la Corona al frente,
creando legiones de campesinos sin tierra abocados a convertirse en mano de
obra para la incipiente industrialización. Exportaron el sistema a las colonias
norteamericanas, y juntamente con Francia, se hicieron los dueños absolutos del
mundo enfrentando a los demás países con esta nueva ideología, ante la cual
nadie podía resistirse; nadie estaba preparado para la apertura de sus mercados
ante la fuerza y el empuje de los nuevos amos del mundo. Y la apertura de los
mercados se hizo sí o sí: si no era voluntariamente, se abrían a la fuerza, por
la fuerza de las armas, claro. Los ejércitos europeos ponían en el campo de
batalla una fuerza invencible, y la nueva ideología quedó plenamente
instaurada; así se forjó la primera mentira de ese sistema político-económico.
Porque
es sencillo entender que la libertad de mercado es una entelequia cuando una de
las partes posee industria y necesidad de exportar y la otra no es más que un
mercado que se endeuda y entrega las materias primas que el rico precisa; que
la propiedad privada beneficia al que tiene, y ansía, y puede adquirir más, y
acaba imponiendo una legislación favorable,
obligando a acuerdos y contratos que le benefician. De forma muy
sumaria, ésta es la historia, nacional e internacional de los últimos siglos,
de la colonización y de la descolonización, y que explica la actual situación
del mundo. Los que estamos a un lado nos hemos visto favorecidos, unos más y
otros menos; en tanto los demás países se han deslizado por la pendiente de la
ruina y el hambre endémicos.
Y
para que no les quede la más mínima duda, vean cómo el país que ha defendido el
sistema liberal con la sangre de sus hijos, se inclina por una política de
aranceles y sanciones comerciales cuando le ve las orejas al lobo.
En
otro orden de cosas, se suele mencionar a la Bolsa como el ejemplo perfecto del
libre mercado: la ley de la oferta y la demanda, sin que medie ningún otro
actor, es la que rige ese mercado, y ahí se fijan los precios, en total
libertad, ya que nada ni nadie obliga a comprar ni a vender. ¡Qué bonito, qué
hermoso!
¿Habrá
alguien, medianamente informado, que se trague esa milonga, como dirían en el
cono sur? La desregulación ha convertido ese mercado, con la introducción de complicados
algoritmos matemáticos, de órdenes, no ya a corto, sino en milésimas de segundo,
y otras estrategias al servicio de los grandes actores, en un auténtico juego
de trileros. Se repite un anuncio en forma de noticia, en determinada prensa
digital, que viene a decir que se van a impartir lecciones gratuitas a los
españoles para que aprendan a invertir en bolsa. ¡Huyan!, los que aún estén a
tiempo, entiendan que esto de la bolsa es como el juego de las máquinas en los
bares: están programadas para ganar, dejando una comisión para el dueño del
local. Aquí, el dueño del local es la entidad que se queda con las comisiones,
para entendernos, y los que ganan son los que han implementado cada día más y
mejores estrategias ante las que es imposible que un inversor normal pueda
ganar. Observen la situación actual de la Bolsa española: entre los anuncios de
desaceleración y vacas flacas, asistimos a subidas constantes de los valores,
sin perder de vista que lo que esperan los bajistas es que sus valores bajen
para hacer su negocio.
Esto
es lo que queda de aquellos principios que enumerábamos al comienzo. Para
disimular y salvar lo insalvable, ahora lo llaman neoliberalismo.
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