jueves, 4 de octubre de 2018

Monarquías parlamentarias






Es sabido que una monarquía parlamentaria se distingue de una república en que la cabeza del Estado la encarna un rey que reina pero no gobierna. Un ejemplo típico es la monarquía del Reino Unido, donde a la reina se le reservan funciones representativas, en tanto los asuntos de estado dependen del parlamento y del gobierno, cuya elección responde a procedimientos democráticos. Y ya que hemos citado al Reino Unido resulta pertinente añadir que cuando la reina Isabel fue preguntada por su opinión acerca del reciente referéndum  escocés –el reino unido de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte- ella, muy prudentemente y muy en su papel, señaló que le daría mucha pena que Escocia se separara de los demás.
Hemos comentado en estas páginas nuestra creencia en que los discursos del rey son redactados por el gobierno; éste los pasa a la casa real, se corrige, quita o añade algo si ha lugar, vuelven al gobierno, se consensua lo que sea menester –cuanto menos mejor- y el rey tiene ya un discurso que pronunciar. Este proceso sería lo normal en una monarquía parlamentaria. Luego, dependiendo de la persona que encarna la monarquía, de la calidad de su lectura, o de su simpatía personal y su carisma, el texto se escucha mejor o peor. La persona que era rey, el rey emérito, tenía unas indudables dotes personales, era “muy campechano”, e hizo famoso aquello de “la reina y yo”.
El actual, tanto sin barba como con ella, tiene una presencia más impostada y un atractivo personal indiscutible. Como el presidente del gobierno. En esto y en que no me gusta ninguno de los dos coinciden ambos.
Así que cuando el tres de octubre de 2017 el rey apareció en pantalla para pronunciar aquél famoso discurso, me dije: Bueno, es el discurso del gobierno, fija la política nacional en estas cuestiones, que con algunas coincidimos y con otras no, etcétera. Lo que me llamó la atención fue el lenguaje gestual, lo que transmitían sus ojos, sus manos, su posición ante la mesa, su manera de transmitir el mensaje como si fuera suyo, no como si lo hubiera comprado, y, claro está, no me gustó. Y desde ese momento he sentido hacia el personaje un mayor recelo del que tenía.
Pero, ayer, tres de octubre de 2018, he sabido que el discurso era suyo, que el mismo Rajoy no era partidario de que lo pronunciara, que esperara un poco, a ver si se le pasaba, pero que fue su propia decisión la que nos hizo llegar aquellas palabras. ¿Imaginan a la reina británica pronunciando un discurso como ese? Claro, allí no pueden modificar la constitución, por la sencilla razón de que no la tienen; es la voluntad de los ciudadanos la que puede cambiarla, y ser conscientes de eso es lo que les hace más libres y aceptar naturalmente un régimen político que no entra en lo que les pertenece a ellos. Es la libertad lo que les hace permanecer unidos, porque saben que pueden cambiar las reglas.
Allí, donde nadie es inviolable.

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