viernes, 19 de octubre de 2018

Notas de septiembre




Traigo hoy dos temas pendientes del mes pasado, recuperados en éste.



Uno. Las embarcaciones civiles, como los coches o los camiones, tienen una matrícula, con todos los datos y características que los definen, en el puerto en el que están matriculados. El nombre de este puerto se escribe a popa, bajo el nombre propio del barco, que se repite a proa, tanto a babor como a estribor. Así, aparte de por el pabellón o bandera, si sabemos distinguirlo, conoceremos en qué país está matriculado el barco en cuestión. Pero matricularlo tiene sus gastos, que no son baladíes, y por esta razón, países poco exigentes en los procedimientos administrativos y de control técnico, ofrecen interesantes rebajas y se llevan la parte del león. Recuerdo que Onassis o Niarchos, famosos armadores de los años cincuenta y sesenta, tenían gran parte de sus inmensas flotas bajo la bandera de Chipre, Malta, Liberia o Panamá, por citar los países más conocidos; así, sus barcos lucían a popa el nombre de Panamá, Monrovia, La Valeta o Limasol. El Prestige, de infausta memoria para las costas españolas y que demostró la enorme capacidad de gestión en las cosas públicas de un tal Mariano Rajoy, estaba matriculado en Nassau, Bahamas. Esas banderas se llaman de conveniencia, bien claro está el porqué.
Pues bien, el Acuarius, barco que dedicaba la ONG Médicos sin Fronteras al rescate en aguas mediterráneas de inmigrantes en apuros, se hizo famoso por la postura intransigente del ministro italiano del interior Matteo Salvini; la singladura que le dio la fama es conocida por todos, sobre todo su desenlace en el puerto español de Valencia. Menos conocido será que navegaba bajo pabellón panameño, y digo navegaba porque las gestiones que realizó el tal Salvini para vengarse de la afrenta que sufrió su soberbia, dieron el fruto deseado y Panamá le retiró la bandera.
En Méjico dicen de alguien que navega con bandera de pendejo cuando ese alguien se hace el tal, sin que necesariamente lo sea; las acepciones de pendejo en Méjico rayan en el infinito: baste decirles que un muy querido amigo me envió hace unos años un libro con las acepciones posibles, pero con la confesión de su autor de no haber intentado completar la lista. Me pregunto cuál de esas acepciones será la más apropiada para el tal Salvini y los que le hicieron caso en Panamá. Y ya puestos a hacer preguntas, ¿Por qué resulta siempre más fácil, rápido y barato perjudicar a los que tratan de hacer el bien? Entenderán ustedes que la lista de paraísos fiscales tiene muchas coincidencias con la de países de bandera de conveniencia, ¿sería factible, de un solo golpe, con una sola ley, borrar del mapa del oprobio a esos mismos países?

Dos. Pepi es viuda, de sesenta y tantos años, con dos hijas, y vive en la calle Argumosa, del barrio madrileño de Lavapiés. Ustedes conocen la historia: vive de alquiler y su casero le sube la renta hasta los 400 euros mensuales. Con la ayuda de sus hijas, cuando consiguen trabajo, y la pensión de viudedad, va vadeando el temporal, pero un día le quieren aumentar la renta hasta los 1.600 euros, y, claro, hasta ahí no llega, no puede pagar y le amenazan con expulsarle de la vivienda. Llega el día en que se va a ejecutar el desahucio y en el último minuto, gracias a la intervención del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas, consigue una sentencia favorable que paraliza sine díe el casi seguro desahucio, a menos que le garanticen una alternativa habitacional. Al parecer, su vivienda es la única del bloque de pisos, ocho o diez, que estaba pendiente de vaciarse para convertir todo el edificio en pisos para alquiler turístico, que rentan muchísimo más ante esta nueva burbuja inmobiliaria que se está creando gracias al auge del turismo urbano.
Ustedes pensarán que el propietario del edificio ha hecho una pésima gestión al no tratar de convencer a Pepi para que se fuera, mediante una compensación adecuada, buscándole otro piso en el mismo barrio o en la proximidad, ayudándole en la mudanza, etcétera; ahora se encuentra con que no puede acometer el proyecto planeado y tan fácilmente echado a perder.
¿Recuerdan ustedes el cuento aquel del escorpión y la rana, cuando ambos tenían la necesidad de salvar una corriente de agua, imposible de lograr para el primero? El escorpión convenció a la rana de que le dejara subirse encima, y ante la suspicacia del batracio le dijo que no se preocupara, que no podría clavarle el aguijón pues morirían ambos. Sin embargo, eso fue lo que hizo: a la mitad de la travesía se lo clavó y ambos, rana y escorpión, murieron.
En este caso, el propietario del edificio es un fondo de inversión, de esos que llaman fondos buitres, y no ha sido capaz de renunciar a una pequeña parte de la ganancia que tenía a la vista, por la sencilla razón de que la deseaba toda para sí. Un escorpión cumple con su naturaleza clavando el aguijón allí donde puede; un fondo buitre hace lo mismo exigiendo la ganancia hasta el último céntimo posible. ¿Cómo solventará ahora la papeleta que tiene con nuestra Pepi?
Y otra pregunta final: ¿están ustedes seguros de que no acabarán   invertidos sus ahorros, o parte de ellos, en un fondo de estas características? Porque cuando el banco o caja de ahorros de siempre les ofrece una participación, por pequeña que sea, en planes de ahorro o fondos de inversión, todo es posible. Recuerden lo que ocurrió con las hipotecas subprime, en el 2008. ¿Siguen creyendo ustedes en la probidad del sistema financiero?



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