jueves, 7 de marzo de 2019

El Vice




Este artículo ha sido publicado en la revista OP Machinery en su número de febrero.



El Vice


En la película que quiero comentarles hay una escena muy al principio, en la que el protagonista está ganándose la vida tendiendo cables eléctricos en alguna parte del estado de Wyoming, su patria chica, allá por 1963. Un compañero se cae del poste en el que estaba subido, con tal mala fortuna que se fractura la pierna derecha, por debajo de la rodilla. Todos los demás bajan a tierra y se arremolinan en derredor; enseguida, el capataz les ordena volver al tajo y le dice a un ayudante: llévatelo, déjalo en el hospital, dale cinco pavos y consígueme otro para mañana. Los demás, incluido nuestro hombre, vuelven a lo suyo como si no hubiera pasado nada.

Nuestro protagonista, por una serie concatenada de sucesos favorables ajenos a su escasa inteligencia, se ve encumbrado a las altas esferas del poder, con la ayuda de su mujer, tan codiciosa como él pero más inteligente y mejor formada. Desempeña diferentes cargos públicos bajo las presidencias de Nixon, Ford, Carter, Reagan y Bush. Con el primero de los Bush fue Secretario de Defensa entre los años 1989 y 1993, desde donde tuvo que lidiar con la guerra de Irak. Con la llegada de Clinton a la Casa Blanca, Dick Cheney (el hombre del que estamos hablando), hubo de retirarse a sus cuarteles de invierno, y en 1995 fue nombrado consejero delegado de Halliburton, una empresa clásica del mundo del petróleo y contratista de la administración americana, incluido el ejército, claro. Seguramente se cobraba los favores que la empresa le debía, en una clara operación de puertas giratorias. Ahí estuvo hasta las elecciones de 2000 y cobró un bonus a su salida de 36 millones de dólares. Con la presidencia de Bush hijo en 2001, éste, tan corto e inútil como él, le llamó para que fuera su vicepresidente. Eso no colmaba su ambición, ya que el cargo de vicepresidente es poco más que una figura decorativa, pero encuentra un abogado que le muestra la manera para limitar el poder del presidente y traspasarlo a su gabinete, que él domina. Crean así, aprovechándose del pusilánime presidente, un auténtico núcleo de poder a su servicio; su poder ejecutivo es ahora casi ilimitado, y con un poco de habilidad será posible declarar la guerra a Irak (recuerden al trío de las Azores y el desencadenamiento de la operación “Tormenta del Desierto”), satisfaciendo así los intereses del lobby petrolero. Esa guerra, de infausta memoria y cuyos efectos y consecuencias (como la de Afganistán) aún no estamos en condiciones de valorar permitió continuar la política de externalización de ciertas operaciones en favor de unidades paramilitares contratadas por Halliburton; una operación redonda, que incluía también el encargo de llevar a cabo un programa de reconstrucción en Irak, que luego no se llevó a cabo. Aquél programa permitía a empresas fabricantes de maquinaria registrarse en Halliburton como posibles y preferentes suministradores, y muchas empresas españolas se registraron, como parte positiva de la política del trío de las Azores.

En otros tiempos, en el absolutismo, cuando los reyes reinaban, la suerte de cada país y, por ende, de sus súbditos dependía de la prudencia del monarca, de su catadura moral y de su fortuna. Si había suerte el país prosperaba; por el contrario, se podía uno convertir en esclavo del invasor si las cosas venían mal dadas. Así pues, podemos decir que la historia ha sido un intento de poner trabas al poder ilimitado de los monarcas y de los gobernantes. Lo que nos cuenta esta película es, precisamente, cómo personas con más determinación que inteligencia y sin ningún prejuicio, pueden llegar a hacerse con enormes cuotas de poder para utilizarlo en su provecho exclusivo y de sus socios, expoliando a su país y no dudando en embarcarse en aventuras militares con las consecuencias que éstas van a suponer para cientos de miles de vidas humanas.


Una historia real, con nombres reales, actores que a veces parecen las mismas personas a las que representan, muy bien contada, y con un gran sentido del humor… Si esto no es la excelencia, yo diría que se le parece mucho. Estamos hablando de cine, concretamente, de la película Vice (de Vicepresidente, en español “El vicio del poder”), con guión, dirección, producción, y unas esporádicas, pero muy ocurrentes apariciones, de Adam Mckay, su director.

Una pregunta: ¿Se hubiera podido hacer esta película en España, de ser española la historia? Otra: ¿Cuánto tiempo ha de transcurrir hasta que la humanidad deje de verse involucrada de nuevo en manejos de este tipo? Piensen en Venezuela.


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