sábado, 8 de mayo de 2021

Portugal y Moratín

Este artículo ha sido publicado en el número de abril de la revista OPMachinery. Lo entregué el 31 de marzo, una vez convocadas las elecciones madrileñas. Lo señalo para evitar suspicacias. 



 

Es algo recurrente, cada poco tiempo Portugal llama a nuestras puertas. Los que me leen con alguna asiduidad – si alguno- saben bien de mis querencias portuguesas; no me duelen prendas y lo proclamo a los cuatro vientos. En estas líneas he rendido tributo de admiración por su Presidente Marcelo Rebelo de Sousa; a su Primer Ministro António Costa le debemos lo que nadie fue capaz de hacer, calificando de repugnante, la declaración del ministro de finanzas holandés sobre las posibles ayudas a los países del sur de Europa en la lucha contra el coronavirus.


El actual alcalde de Oporto – Porto en portugués- ha sido el último de una larga lista de personalidades lusitanas que constantemente se cuestionan sobre la conveniencia de una unión política entre los dos países. Ignoro si su propuesta entra o no, en el iberismo, corriente de pensamiento que trata de mejorar las relaciones entre ambos países para concluir en una suerte de destino político común. Esto es importante dado que la construcción europea ha conseguido, por elevación, el objetivo iberista. Hoy, España y Portugal, Portugal y España, han visto – no solo ellos- cómo desaparecían las fronteras comunes, cómo las relaciones económicas se han incrementado como corresponde a países limítrofes, y cómo los naturales de ambos países viajan al otro sin que parezca que hayan abandonado el suyo. ¿Debemos pensar entonces que la construcción de la UE haya dejado anticuadas esas formas de integración, como el iberismo? Por otro lado, ¿permite la UE que se puedan acometer estas nuevas construcciones políticas? No sería lógico si solo buscaran organizarse de otra manera sin que haya repercusiones políticas, comerciales, fiscales o financieras.


Destacaba el alcalde de Oporto la similitud lingüística del portugués con el gallego, cosa que todos conocemos; lo mismo que podemos decir del catalán con el valenciano. Tendríamos un frente atlántico con la lengua de Camoes y de Rosalía, en medio el castellano con el euskera, y el levante para el catalán. Y si Catalunya se separara, aún ganaríamos dos millones largos de ciudadanos para el nuevo Estado. Una ventaja muy sustancial sería la educación fiscal de los portugueses, y otra no menos importante, que ellos hicieron una limpieza en su ejército, y no tienen como nosotros en el nuestro una oficialía y unos mandos trufados de franquismo. La unión política exigiría una nueva estructura del Estado naciente, que podría ser federal y republicana (República Ibérica), y para dar una cierta ventaja a Portugal, que es algo más pobre, yo situaría la capital del nuevo estado ibérico en Lisboa; bastante tenemos con ese castillo famoso – Cela lo llamó poblachón manchego lleno de subsecretarios- que Nicolás Fernández de Moratín nos mencionó en sus 72 quintillas “Fiesta de toros en Madrid”. ¿Quién sería hoy el Rodrigo de Vivar (PSOE) que enamorara a Zaida (PP) frente a la oposición de Aliatar (VOX)? Recordemos la primera quintilla, la más conocida:


Madrid, castillo famoso

que al rey moro alivia el miedo

arde en fiestas en su coso,

por ser el natal dichoso

de Alimenón de Toledo.


No me parecen malas estas fechas para tratar estos asuntos, haciéndolos coincidir con las próximas elecciones en la Villa y Corte. Es generalmente conocida la vieja táctica de publicar encuestas en un determinado sentido con el claro objetivo de apartar de las urnas a los pusilánimes – para qué voy a votar si está todo decidido- y hacer así realidad lo que no era otra cosa que un amaño en lo publicado. Pues bien, eso se desmonta con el voto, que espero se multiplique en las urnas y no gane esa mezcolanza de franquismo y trumpismo que encabeza la bella dama que nos pone ojitos.





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