viernes, 27 de abril de 2012

Estados fallidos




Normalmente, se habla de estados fallidos para referirse a aquellos que no han sido capaces de consolidarse; estados o países que no han podido estructurarse adecuadamente, que no consiguen proporcionar a sus naturales aquello que vemos en los estados plenamente desarrollados: una carta de derechos básicos, una protección al ciudadano bajo leyes justas, una organización administrativa efectiva, educación, sanidad, desarrollo de la cultura en estadios mínimamente aceptables…en definitiva, el abrigo y el apoyo que el ciudadano encuentra en los países a los que estamos acostumbrados. En esos otros países, por el contrario, rige el poder del más fuerte, y la ley y la justicia, son, simplemente, conceptos vacíos de significado alguno.
Por otro lado, existen países donde todo está reglado hasta el más mínimo detalle, donde todo funciona con una precisión cronométrica, y digo cronométrica porque, entre las distintas formas de medir la precisión, es la medición cronométrica –la del paso de la vida o esa cosa que llamamos tiempo, tan difícil de definir- la que ha servido de base para una industria que ha dado pingües beneficios a los naturales de uno de esos países: sí, exacto, me estoy refiriendo a Suiza; ese pequeño, pulcro, particular país de los Alpes, del que nadie conoce a su presidente ni al partido en el que milita, que no pertenece a alianza o asociación alguna, que no ha participado en guerras ni ha sido invadido, que descuella en ciertos sectores industriales aparte de la relojería de lujo, en el que la circunspección parece ser la virtud de sus nacionales, ese país digo, que ha alcanzado un nivel de bienestar y desarrollo constantes a través del tiempo, que son la envidia del mundo entero.
Y, ¿qué tienen en común esos estados fallidos y esta Suiza que tantas alabanzas nos provoca? Pues sí, han acertado ustedes otra vez: el dinero. O bien, la falta de dinero en unos y la abundancia del mismo en la otra. ¿Del mismo? ¿Estamos hablando del mismo dinero? Pleno, de nuevo. El dinero que sale de esos pobres países fallidos es el mismo que llega a Suiza.
España no es, obviamente, un país fallido; ni lo es ni lo será. Aunque, para algunos, este asunto no debe de estar tan claro, pues se comportan  como los naturales de esos estados fallidos, transfiriendo a Suiza –y a otros paraísos fiscales, para ser más exactos- ingentes cantidades de dinero, que permanecen a salvo del fisco español.
Veamos: hace unos días se podía leer en el diario económico Cinco Días, la noticia de que la consultora Booz & Company estimaba que en Suiza hay 287.935 millones de euros –algo así como el 25% del PIB español, para que nos vayamos haciendo idea- en activos financieros opacos (o sea, que no se puede conocer a sus titulares) de clientes españoles y portugueses, a finales de 2010. A esta cifra habría que añadir –continuaba la citada consultora- el dinero negro español que podría estar radicado en Andorra y Liechtenstein, territorios preferentes de los grandes patrimonios y corporaciones nacionales. Este cálculo nace de una encuesta realizada entre gestores de banca privada suizos También se recoge que estos clientes pagan más por la gestión de este dinero que los inversores con nombre y apellido.
De modo que añadan ustedes los fondos radicados en otros paraísos fiscales y podrán hacerse una idea del montante del dinero español fuera del alcance del ministro Montoro.
Hoy, la EPA nos ha soltado el bofetón de que, cada día, 4.000 españoles perdieron su empleo durante el primer trimestre del año. Me ha parecido oír también, en una tertulia radiofónica, a una tertuliana quejándose amargamente del hecho de que haya parados que, cobrando 426 euros al mes, se dediquen a hacer chapuzas.
Me pregunto yo si serán estos defraudadores los que envían su dinero a Suiza. 
Y creo que nos debiéramos preguntar todos, hasta cuándo se va a seguir consintiendo la existencia de estos estados tan poco fallidos.


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