Publicado en la revista OP Machinery en su número de noviembre-diciembre de 2015
Encontrábamos
hace un par de días mi mujer, mi nieto mayor y yo en un parque de la ciudad cuando, al rato,
apareció un hombre totalmente disfrazado de Mickey Mouse regalando globos a los
niños, a cambio de la “voluntad” de sus cuidadores.
Eran
de ver las caras y las miradas de los pequeños al contemplar de cerca a uno de
sus ídolos, al que sólo hasta entonces han podido ver por televisión. La
inocencia infantil, la falta de cuestionamiento, la aceptación tan simple de
una nueva realidad inesperada, llevaban a sus rostros una gran felicidad
interior, como solo pueden sentirla y expresarla los niños. El “Mickey Mouse”
les dejaba besarle en su prominente nariz, cosa que los niños hacían con
inocencia y buen ánimo.
No
sé porqué me vinieron a la cabeza esas iglesias rupestres y las pequeñas
iglesias prerrománicas del valle de Valderredible, y lo que sentirían aquellos
primeros cristianos cuando veían las tallas y grabados que representaban lo que
los frailes les habían previamente explicado. Era verlo, por fin, como ahora
vemos una foto. Lo que antes se tenía en la cabeza, ahora se veía ante uno: ¡Cómo iban a cuestionárselo!
Y
hablando de imágenes religiosas y religiones –que es una de esas cosas de las
que uno no debe hablar nunca si quiere ser políticamente correcto, como se dice
en estos días- me ha venido a la memoria la noticia referente a la concesión,
por parte del ministro español “de lo de dentro”, de la medalla de plata –
¡cómo nos gusta esto de las condecoraciones!- a la Virgen de los Dolores de
Archidona, por su buen comportamiento con la guardia civil. Uno no sabe qué
pensar, se lo digo en serio, con estas cosas. Me pregunto muchas veces cómo
verán estas cosas los verdaderos católicos, y me resisto a admitir que no
tengan que taparse la nariz ante hechos de este calibre. Hasta ahora, los no
malagueños, conocíamos Archidona, mayormente, por la paja que una joven le hizo
a su novio en el cine de la localidad, paja realizada con dedicación y esmero,
pues el joven expelió un chorro de semen de tal calibre que, tras su
trayectoria en parábola, alcanzó a una señora sentada dos filas más atrás. ¿Qué
pesará más en el prestigio de ese pueblo, esto que les cuento del famoso
cipote, o la concesión de la citada medalla? Pero bueno, no se alarmen, este
ministro ya había propuesto con anterioridad otra medalla para otra virgen,
cuyo nombre no recuerdo. No me extraña ni me preocupa este lapsus de mi
memoria, pues no olviden que hace ya ochenta y cinco años fue el mismísimo
Enrique Jardiel Poncela quien se preguntaba “pero ¿hubo alguna vez once mil
vírgenes?”, aunque, reconozcámoslo, hablaba de aquellas hembras que aún no han
perdido su himen. Y no olviden tampoco que el citado ministro es el mismo que
tras tomar (¿se dice tomar?) su comunión diaria, revisa el estado de las
concertinas donde se dejan sus carnes aquellos que pretenden ingresar
subrepticiamente en nuestro paraíso.
Y
por cierto, siguiendo con lo de las vírgenes, hemos de recordar a la Virgen del
Rocío a quien debemos bastantes favores en materia laboral, como puso de
manifiesto ese dechado de inteligencia que ocupa el puesto de ministra de
trabajo.
De
rebote pensé en los musulmanes, que no tienen representaciones gráficas de sus
deidades. Qué quieren que les diga, me parecieron, desde el punto de vista
intelectual, más honrados que los católicos. ¿Ustedes qué opinan? Pero si como
yo, no tienen una opinión concluyente, pregunten a algún teólogo sobre estas
cuestiones.
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