Uno.
La constitución del nuevo parlamento surgido de la jornada
electoral del 28 de abril ha dado mucho que hablar.
Como
en otras ocasiones, la Junta Electoral Central, autoridad competente
para estas cosas, autorizó en tiempo y lugar ciertas listas en las
que se integraban personas imputadas en el proceso que sigue el
Tribunal Supremo contra los hechos acaecidos en Cataluña y que
dieron lugar a lo que la fiscalía calificó como delitos de
rebelión, sedición y malversación de caudales públicos. Como
consecuencia de esa imputación esas personas están en prisión
preventiva. Al margen de que dicha calificación sea ajustada a
derecho (hay más juristas en contra que a favor), el juicio está
siguiendo sus cauces normales, hay que esperar que se dicte
sentencia, que se recurra, y se llegue al tribunal de Estrasburgo y
con ello al final del proceso. De modo que el asunto en cuestión
puede llevar varios años, como ha ocurrido en otros casos
anteriores, y entretanto, los acusados están encarcelados, y llevan
así algo más de año y medio.
Ustedes
se preguntarán si la Junta Electoral Central no conocía estos
extremos, o no conocía a los encausados. O no sabía lo que podía
ocurrir. Respuesta: Sí, lo sabía. Pero esa Junta, o el sistema
judicial español, o el Tribunal Supremo, o el Constitucional, o el
rosario de la aurora, que nunca se sabe, por razones que los demás
mortales no acertamos a entender, hicieron mutis por el foro,
callaron como tumbas, y dejaron que las cosas siguieran su evolución.
Y
la gente, que es muy mala y muy ignorante, votó a esas personas.
Y
llegó el día de la constitución de las Cortes Españolas. Y los
encausados, elegidos por la voluntad popular, aparecieron conducidos
por las fuerzas de orden público (al menos, ni aherrojados, ni
siquiera esposados), prometieron la Constitución, y volvieron a
prisión.
Y
entonces, nos enteramos de que hay un reglamento que es posible que
pueda suspender la condición de diputado o senador a personas en
esas condiciones.
Y
la Mesa del Congreso pide opinión al Tribunal Supremo.
Y
el Tribunal Supremo contesta que no está para esas cosas, sino para
más altas misiones (vamos, como si no fuera de este mundo), que ha
emitido jurisprudencia y que se repasen sus escritos, que a ver qué
va a ser esto, hombre, faltaría más.
Y
la Mesa
dicha pide opinión a sus
letrados
y éstos
dicen
que efectivamente, que esos diputados o senadores han de ser
suspendidos
de su condición, pero
no
por lo que señala el reglamento de la Cámara, sino por un artículo
de la ley de enjuiciamiento
criminal (toma
ya!)
Y
la Mesa les suspende.
Y
están suspendidos, pero si ellos no renuncian (y no van a renunciar)
suspendidos y todo siguen siendo diputados, que para eso les han
votado, han salido elegidos y han prometido la Constitución.
Y
así estamos.
En
resumidas cuentas, esos
miles
de personas que
han
votado a favor de los acusados ateniéndose a todas las formalidades
habidas y por haber en
el proceso electoral,
se
han equivocado. ¿Por
qué? Pues, sencilla
y llanamente,
porque no se habían leído ese reglamento, o
la ley de enjuiciamiento criminal, o
si lo habían hecho no consultaron su duda al presidente de la mesa
en la
que
depositaron su voto, o, si votaron por correo, al funcionario al que
entregaron el sobre.
Lo
que está también muy claro es que ni la Junta Electoral, ni ningún
tribunal español es culpable de nada; la ignorancia de las leyes
no exime de su cumplimiento como
reza uno de los primeros
asertos que aprenden los estudiantes de derecho.
Habrá
quien diga que son los partidos políticos quienes deben conocer esos
extremos para no caer en el error. A
esto cabe señalar que los partidos en cuestión pueden aprovechar
cualquier resquicio legal que consideren pertinente. Eso también lo
reconoce el derecho.
Lo
único que, en mi opinión he escuchado con una buena carga de
sentido común, ha sido lo dicho por el ex diputado Joan Cosculluela:
que se someta la cuestión al veredicto del pleno del Congreso, donde
se supone que reside la soberanía nacional, en feliz frase. Si se
aprueba se estará reprobando ese famoso reglamento que, en
consecuencia, habrá que modificar.
A
menos que ese reglamento sea inmodificable, cual pétrea tabla de la
ley, tan inmodificable como algunos pretenden que sea la propia
Constitución.
Y
queda por conocer la opinión del Tribunal de Derechos de Estrasburgo
cuando dictamine sobre los euro parlamentarios, que el caso va a
llegar; en esa instancia la Justicia española no ha salido muy bien
parada hasta la fecha, y en esta nueva ocasión no va a ser distinto.
Esta
es la división de poderes en España.
Dos.
Los que tenemos cierta edad podemos recordar la gesta de Edmund
Hillary y el sherpa Tenzing; uno era neozelandés y nepalí el otro;
ambos, los primeros seres humanos en escalar el Everest en 1953.
A
ellos les siguieron muchos más, cada año más, se puede decir. Hace
unos días pudimos ver una columna de escaladores, uno tras otro, en
el sendero que conduce a la cumbre. Digo sendero porque eso es lo que
parecía, un sendero en cualquier monte, con nieve, eso sí, un
domingo por la mañana en cualquiera de los países de nuestro
entorno. Hasta el extremo de que debido a la congestión del tráfico,
y como estamos hablando de una altura de ocho mil y muchos metros
donde escasea el oxígeno, hubo dos o tres fallecidos.
Antes
era de admirar el espíritu de aventura, la tenacidad y el esfuerzo;
ahora cualquiera puede hacer cualquier gesta, solo hace falta el
dinero para pagarlo: se ofertan viajes a la luna, y pronto a Marte.
Tres.
Se juega la final de la Champions en Madrid, y la juegan dos
equipos ingleses. Inglaterra inventó (también) el fútbol, y con
ello los hooligans. Cuando veíamos aquellas
imágenes de trenes destrozados, hace decenios, nos parecía
increíble que eso pudiera suceder en Inglaterra, en la pérfida
Albión, país en el que la circunspección y la mesura parecían
residir. Perdimos la inocencia e imitamos las prácticas ajenas. Hoy
somos unos más del montón.
Se
espera que acudan más de 50.000 ingleses a Madrid y muchos se frotan
las manos pensando en que harán buena caja. Al fin y al cabo, son
clientes poco exigentes, con que la cerveza esté bien fría y sea
abundante, lo demás no tiene importancia. Si hay unos pobres, mejor
si son mujeres, a las que arrojar unas monedas (pocas) para ver cómo
se arrastran por el suelo en su búsqueda, si pueden cantar ese
lololó que cantan, ya son felices; los más
perjudicados por el alcohol se arrojarán solícitos en brazos de la
policía, y ésta cobrará horas extraordinarias; y los hoteles harán
el agosto a primeros de junio, por si luego vienen mal dadas.
En
la época en que se instituyeron los recortes, se dijo que el
Ministerio del Interior facturaría a los equipos de fútbol los
gastos incurridos para mantener el orden en las calles; algo
parecido harían los ayuntamientos para gestionar las miles de
toneladas de basura arrojada a la calle por los hijos del primer
mundo.
Creo
que los españoles se merecen que se publiquen esos datos, mejor que
saber si han venido 50.000 o 55.000.
Del
resultado del partido ya nos enteraremos más tarde.
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