Uno.
Francia, ese país del que históricamente nos han llegado noticias e
inventos, desde los orígenes del Camino de Santiago hasta nuestros
días, acaba de sorprendernos con la novedad de que quiere
independizarse de su famosa ENA (Escuela Nacional de Administración),
la institución que ha proveído a la República con hornadas de
técnicos que han venido ocupando los más altos puestos del Estado
francés, amén de capitanes de las principales empresas del país.
Ser titulado suyo, ser enarca,
ha sido símbolo de poseer sólidos conocimientos, capacidad para
dirigir equipos y facultad de ver más adelante que la
mayoría. Ha habido momentos, el actual sin ir más lejos, en los que
tanto el Presidente de la República como el primer ministro, han
sido egresados de dicha escuela.
En
España el Estado se ha proveído también de especialistas del
derecho (no conozco el programa completo, que obviamente puede
exceder los límites del derecho) que puedan ser de utilidad en la
ardua tarea de ayudar en el gobierno de las instituciones. Ser el
número uno en su promoción ha conferido al abogado del Estado (que
éste es el título oficial) un respeto unánime en todas las
instancias. Me viene a la memoria la persona que ha pilotado Inditex,
siendo mano derecha y de total confianza de su accionista
mayoritario, como un buen ejemplo de la capacidad técnica de un
abogado del Estado.
Claro
que no podemos generalizar. El requisito inicial es tener un
intachable expediente en la facultad de derecho correspondiente,
respaldo financiero para poder seguir estudiando, tesón sin tasa
para hacerlo, y tras los correspondientes cursos, aprobar las
oposiciones, o mejor, sacar el número uno. Como lo que es preciso
para ser notario o registrador de la propiedad, pero más en extenso.
Mas este cúmulo de virtudes no siempre garantiza el éxito, aunque
la ejecutoria de Pablo Isla en Inditex y en los anteriores desempeños
suyos esté reconocida mundialmente.
Ahora
bien ¿qué decir de casos como el de Soraya Sáenz de Santamaría, o
el más elocuente, de María Dolores de Cospedal? ¿En verdad creen
ustedes que han respondido en su desempeño en el gobierno mejor que
otras personas, digamos, más sencillas?
Y
esto debe llevarnos a otra pregunta: ¿Debe un Estado crear cuerpos
de élite, con toda clase de privilegios, para que sean caladero
donde las empresas privadas puedan reclutar a sus ejecutivos? Y aún
más, ¿Tiene sentido que un inspector de Hacienda, cuando ya lo sepa
todo, pueda irse a trabajar a un bufete privado y, si le va mal,
volver a su puesto oficial? O, ¿es admisible que Vox fiche a un
abogado del Estado para ir con armas y bagajes en contra de ese mismo
Estado? Por cierto este abogado del Estado, de nombre Buxadé es
socio de un despacho de abogados que ha facturado minutas a una
fundación mientras Albiol era alcalde de Badalona. También es
abogado del Estado José Luis Martínez Almeida, quien se perfila
como alcalde de Madrid.
Los
franceses han decidido prescindir de su famosa ENA. ¿No tendríamos
que replantearnos aquí unas cuantas cuestiones?
Dos.
Los
consejeros de empresas cotizadas ingresaron 3.151 millones de euros durante
2018, un 4,8% más que el año anterior, al
nivel de
los tiempos de la
burbuja inmobiliaria,
según datos difundidos hace
unos días
por la Agencia Tributaria. De esta cantidad, Hacienda ya ha retenido
1.052 millones de euros a cuenta del impuesto de la renta que tendrán
que liquidar ahora. El tipo efectivo que pagan los miembros de los
consejos de administración de las empresas españolas en
el IRPF asciende
al 33,38%, según la estadística oficial. Las empresas cotizadas en
el mercado continuo contaban con unos 130 consejeros durante el año
pasado. Pero en España hay muchos más miembros de consejos de
administración, en compañías que no están en Bolsa. El aumento en
la retribución de los consejeros durante la
crisis y después ha sido notablemente mayor que el de los
trabajadores de las empresas en que prestan sus valorados servicios.
Por
otro lado, hemos sabido también que en España se “meten” unos
6.000.000 de horas extraordinarias a la semana, de las cuales el 46%,
es decir unos 2.800.000 horas no se pagan por el empleador a sus
trabajadores. Insisto, por semana.
En
consecuencia, el gobierno ha exigido a las empresas que se marquen
las horas de entrada y salida del trabajo, como medida tendente a
solucionar ese escarnio. Esta medida ha sido apoyada taxativamente
por la justicia europea, a pesar de lo cual ha concitado la inquina
de algunos empresarios y organizaciones empresariales. Unos han
venido a decir que eso de marcar es cosa antigua, ya pasada; la
esclavitud también, se les podría responder. Otros, que simplemente
hay muchos trabajos en los que no es posible; seguramente tienen
razón pero ya se sabe que la excepción confirma la regla. Mas para
los otros, los que realmente no cobran las horas extras que trabajan,
y que no tienen capacidad legal para reclamarlas, esa ley les viene
como anillo al dedo.
Cuando
se habla de pobreza, de trabajadores pobres a los que el producto de
su trabajo no les alcanza para vivir dignamente, estamos hablando de
esos que no cobran las horas extras, pero no solamente de ellos.
Y
cuando a unos y otros los comparamos con los consejeros de que
hablábamos al principio, y no solo consejeros, sino también altos
ejecutivos, estamos hablando de desigualdad. Justamente de eso.
Hay
que señalar también la gran controversia que originó el acuerdo
para subir el Salario Mínimo Interprofesional a los 900 euros
mensuales en que está en estos momentos. Insignes economistas e
importantes organismos proclamaron a los cuatro vientos la catástrofe
que se avecinaba: la Comisión Europea anunció la pérdida de hasta
80.000 trabajadores, el Banco de España aumentó esa cifra hasta los
150.000 empleos y hasta la misma Airef (Autoridad Fiscal
Independiente) cifró las pérdidas hasta en 80.000 trabajadores.
Pues bien, la propia Airef ha reconocido no haber encontrado ningún
efecto negativo en los primeros cuatro meses del año.
Se
supone que la medida implica mejoras en la recaudación por IRPF y,
aunque no sea mucho, mejora el consumo. Pero, como en el caso de las
horas extras, supone el reconocimiento de una mala práctica, y
contribuye a mejorar la vida de los afectados.
¿Qué
clase de país tenemos donde no todos tienen trabajo, ni siquiera un
trabajo digno? ¿Es esa la España que queremos cuando hablamos de
patrias y banderas?
Tres.
Periódicamente
despertamos con la desagradable noticia de que una multinacional
anuncia el cierre total o parcial de sus plantas en España. Hace un
par de meses fue Alcoa, el líder mundial del aluminio; su razón de
peso fue el alto coste de la energía y el disponer de plantas más
rentables en otros países. Se agradece la sinceridad.
Ahora,
ArcelorMittal viene con las mismas, añadiendo otro dato más: el
alto coste de los derechos de emisión de CO2.
El
alto precio de la energía que soportan los hogares españoles reduce
también la rentabilidad de las plantas siderúrgicas, mientras
que
tenemos una industria de la energía que nada en beneficios y es
principal operador en algunos mercados extranjeros, precisamente
vendiendo más barato esa
energía que allí
producen.
Estas
son algunas de las contradicciones de este sistema político y
económico en el que naufragamos.
La
transición energética ha de implicar, entre otras muchas cosas,
cambios radicales que afectarán a la industria y a la economía,
como no. Y
también a las reglas de juego. Empezando
por
las de las empresas y
las de los consumidores, y Europa que marca las nuestras, sabe
que el cambio climático y el futuro de la humanidad no se combate
solo en nuestro continente. El
clima no
entiende de fronteras y no se deben
aceptar importaciones de ningún producto
(acero incluido)
que se produzca sin las mismas exigencias que se piden aquí.
Y
no
hemos escuchado a nadie hablar de estas cuestiones. Es inadmisible
que hoy en día se admitan procesos de deslocalización atendiendo a
los intereses de las multinacionales, y menos por razones que afectan
a la crisis ambiental.
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