domingo, 28 de julio de 2019

Más fotografías

Una conspicua lectora me ha comentado, con respecto a la anterior entrada de Un día de playa, que hay que ver cuánto da de sí una foto. Esto me ha recordado otra entrada de hace unos años, titulada Fotografías, que versaba versaba precisamente sobre eso, sobre fotos. Se la ofrezco de nuevo con un pequeño comentario al final.



Fotografías



Hoy he estado un buen rato revisando viejos álbumes de fotos: fotos de familia, con amigos, de vecinos, de relaciones profesionales, de viajes, etcétera. Al ver las fotos, uno no tiene otro remedio que preguntarse: ¿Qué es, en realidad, una fotografía? ¿De qué hablamos, del recuerdo de una fotografía o de la fotografía –representación- de un recuerdo? Porque lo primero era eso, queríamos dejar constancia de un momento, a veces banal, otras veces quizás, único e irrepetible; sin embargo, lo segundo nos retrotrae a aquél instante. Un instante que captó personas y cosas que quizás ya no existen. También sentimientos, emociones, anhelos;  pasiones también.

         Así es, he visto fotografías donde aparecen personas que ya no existen. Por razones biológicas, las más de las veces. Las hemos visto morir, en su momento, si podemos decirlo así; otras se fueron temprano, más temprano de lo que su edad haría suponer. Pero hay otras que, simplemente, ya no vemos, no tenemos ningún contacto con ellas y bien pudiera suceder que hubieran muerto. Hay una foto en la que reconozco a un oficial del ejército soviético que había participado en el sellado de la central de Chernóbil. Al despedirnos me dijo que ya no nos veríamos más, le quedaban pocos meses o años de vida. Así que normalmente hace años que habrá muerto. Fuerzo la vista para tratar de encontrar en sus ojos un atisbo de algo, quizás de tristeza, pero está sonriendo francamente. Seguramente en ese momento no se acordara de su sentencia de muerte.

         Sin embargo, a medida que las fotos son más antiguas, me parece apreciar una mayor seriedad –no digo tristeza, sólo seriedad- en los rostros. Característica que también se acentúa, o así me parece verlo, a medida que se desciende en la escala social de los protagonistas. Quizás sea debido a una menor costumbre a ser retratado. Quizás, en nuestro deseo de dar una mejor imagen de nosotros mismos, el propio empeño nos hace tomarnos la pose más en serio: componemos mejor la figura, tratamos de ofrecer nuestro mejor perfil y, como mucho, esbozamos una sonrisa. Esto contrasta sobremanera con las fotos de personajes jóvenes de la era digital. Sea por la costumbre, sea porque el soporte no tiene valor y se puede repetir la toma ad líbitum, las fotos de esta generación son una sucesión de poses desinhibidas, sonrisas amplias y gestos ampulosos.

         También he visto fotografías, pocas, lo confieso, que me han llamado la atención por cierta intencionalidad que me ha parecido apreciar en algunas miradas. Me explico: Son como el cuadro de Las Meninas, fotos de grupos humanos, en actitudes diversas, entregados a sus quehaceres, donde unos miran a la cámara, otros a lo que están haciendo, sea leer o coser, y hay uno o una que mira a otro del grupo con una mirada delatora. ¿Habría ahí algo especial? ¿Lo sabría siquiera el destinatario, ignorante en ese momento? Y, aunque esto sea más difícil, ¿habrá éste visto la foto después? ¿Se habrá fijado en esa mirada? ¿Le habrá confirmado ciertas sospechas? ¿Le habrá animado a un movimiento que quizás juzgaba atrevido o carente de base? Imagínense ustedes mismos, hay para una novela, ¿verdad?

         La foto de un recuerdo y el recuerdo de una fotografía. Ambas cosas se refieren al pasado, por más que sea un pasado de hace dos segundos. Sin embargo, el cine no es otra cosa que la proyección a una velocidad determinada de una sucesión de instantáneas que da a nuestros ojos la sensación de un presente continuo. Y el cine versa sobre cosas pasadas. Como la fotografía. Y sobre cosas actuales. Como la fotografía, también. Pero, además, el cine tiene la virtud de llevarnos al futuro. Podemos ver una película que arranca con la infancia, sigue con la madurez y termina con la vejez de sus protagonistas. Hasta con su muerte, si me apuran. ¿Será esto mismo posible algún día con la fotografía? Claro, el cine está basado en la fotografía, pero ¿podremos ver nuestra última foto, la foto de nuestro último instante? Según la teoría de la relatividad esto sería posible, depende de la correlación espacio-tiempo; otra cosa es que lo quisiéramos ver.

Entrada del 25 de marzo de 2014.


Hasta aquí lo publicado en la fecha que se indica en la línea anterior. Ahí acababan los conocimientos sobre la fotografía; al menos, los míos, bien escasos. Pero hete aquí que el desarrollo tecnológico no tiene límites y se desarrolla a una velocidad inimaginable -hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, se canta en La verbena de la Paloma. Y ahora tenemos una herramienta, una aplicación que nos permite ver al momento cómo seremos el día de mañana, cuando seamos mayores. Iba a decir viejos, pero he recordado un dicho mejicano: viejos son los cerros, y reverdecen, así que dejémoslo en mayores. De modo que para comprobar personalmente si esto de ver nuestro futuro en una foto es cierto, ni corto ni perezoso, me he descargado la famosa aplicación -FaceApp, se llama- y he obtenido mi propia foto de mayor.
¿Que quieren conocer el resultado? Voy a serles sincero: no funciona. Verán, me ha salido la foto de un señor (eso soy yo, ¿no?) con todo el pelo blanco, un bigotito entreverado, y el rostro lleno de arrugas y manchas cutáneas. Y con gafas.
¿Que ese soy yo? Pues sí, exactamente, ése soy yo. Debe ser que ya me he hecho mayor. Reverdezco, pero muy de vez en cuando.
  

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