sábado, 17 de agosto de 2019

De reyes, de curas y de dioses. Y de memes



Uno de los más tempranos y persistentes recuerdos de mi infancia es el arco de Carlos III. Sito a escasa distancia frente a mi casa, fue la entrada a la fábrica de cañones de La Cavada; en su frontispicio yo podía leer las palabras Carlos III Rey. Año 1784. El otro recuerdo, más difuso, y del que ya he hablado en este medio, es un autorretrato de Goya. Más tarde, supe que ambos, Carlos III y Goya tuvieron algo en común que les hizo imperecederos: el primero fue ,quizás, el más notable rey español –aunque viniera de Italia- y el segundo uno de nuestros mejores pintores, pintor de cámara del propio Carlos III y de su hijo, Carlos IV.

Aquí quería yo llegar, para encontrar un nexo común sobre lo que voy a explicarles. La foto que viene a continuación es un retrato de María Luisa de Parma, nuera de Carlos III y esposa de Carlos IV, y por tanto, Reina de España.




No hace falta explicarles que se trata de un meme de entre los miles que circulan a diario por las redes, pero que despertó mi interés por nuestra querida María Luisa de Parma. No creo que haya habido dinastía alguna que no se haya visto envuelta en robos, expolios o apropiaciones indebidas, por ser suaves con las realezas; es normal que esto ocurra cuando se ejerce un poder absoluto o cuasi absoluto. Lo hemos visto en las dictaduras, sin ir más lejos la que sufrimos en nuestro país hasta hace cuarenta y pico años, o menos, y también en las democracias.

Limité la búsqueda a tres medios: Wikipedia por neutral, el diario ABC por ser el portavoz tradicional de los sentimientos monárquicos, y Nuevatribuna.es por ser un diario digital comprometido con los valores de libertad, igualdad y justicia, para compensar con el anteriormente citado, ayudado en estas labores por mi mujer.

Y nuestra María Luisa de Parma – de Borbón Parma, para ser más exactos -, no se distinguió por su labor, digamos recaudatoria. Lo que la ha hecho pasar a la historia fue ser una especie de devoradora de hombres – solo en el aspecto sexual-, una ninfómana, o padecer un acusado furor uterino o vaginal, como ustedes prefieran.

Pero claro estos comportamientos pueden tener su mayor o menor trascendencia dependiendo del oficio de la persona en cuestión. ¿Quién puede sospechar acerca del comportamiento sexual de una abuela, por no citar familiares más próximos? Pero, ¿y si la persona en cuestión tiene como misión asegurar la descendencia precisa para mantener la dinastía? Aquí, las cosas cambian. De modo que nuestra curiosidad creció, y en éstas apareció un nombre clave en todo este asunto: Fray Juan de Almaraz.

Sabíamos que Carlos III fue un gran rey, en España, y en Nápoles, donde ejercía el mismo oficio. Sabíamos también que su heredero Carlos IV venía de fábrica con muchos defectos. Aprendimos que estaba radicalmente en contra de que éste se casara con la parienta de Parma. ¿Sabía o sospechaba algo? La familia Borbón reinaba en Francia, en España y en amplias zonas de Italia...en fin, algo conocería sin duda. Pero volvamos a la de Parma. Consumado el matrimonio sabemos que tuvo 14 embarazos a término aparte de otros 10 abortos; total 24. De los primeros solo 7 llegaron a la mayoría de edad, entre ellos el heredero, que habría de reinar con el nombre de Fernando VII, de infausta memoria.

Pues bien, lo más interesante vino con las declaraciones de Fray Juan de Almaraz que era su confesor. Unos días antes de su fallecimiento la Reina le requirió para confesión, y vino a decirle que “ninguno de mis hijos lo es de Carlos IV, por lo que la dinastía Borbón se ha extinguido en España”. Imagínense ustedes cómo se le quedaría el cuerpo a nuestro confesor. Por su parte, María Luisa, sabiéndose liberada de la pesada carga que oprimía su conciencia – pues eso es la confesión católica, si no me equivoco- se dispuso a encontrarse con el Creador misericordioso, cosa que acaeció a los pocos días. Volvamos a Fray Juan: la misma carga de la que se había liberado su señora la Reina, vino a depositarse en sus débiles hombros eclesiásticos: la dinastía Borbón extinguida en España, y él, ¡solo él!, estaba al tanto de ese extremo. Realmente, el Creador de todo lo existente ponía sobre sus hombros no una carga, sino una pesada losa. El futuro del reino estaba en sus manos, ¿qué debía hacer? ¿hacérselo saber al Rey, por ejemplo? Pero, ¿y el secreto de confesión al cual se debía? No creo que pudiera haber persona tan atribulada en esos duros momentos sobre la faz de la tierra. Sea como fuere nuestro fraile optó por una solución salomónica: redactó un documento que no debería abrirse mientras él viviera, con lo que satisfacía el secreto de confesión, al tiempo que dejaba clara y concisa noticia de lo que la última reina le había revelado. Vean el documento:

Como confesor que he sido de la Reyna Madre de España (q.e.p.d.) Doña María Luisa de Borbón, juro imberbum sacerdotis cómo en su última confesión que hizo el 2 de enero de 1819 dijo que ninguno, ninguno de sus hijos y hijas, ninguno – de los catorce que tuvo – era del legítimo Matrimonio; y así que la Dinastía Borbón de España era concluida, lo que declaraba por cierto para descanso de su Alma, y que el Señor la perdonase.
Lo que no manifiesto por tanto Amor que tengo a mi Rey el Señor Don Fernando VII por quien tanto he padecido con su difunta Madre. Si muero sin confesión, se le entregará a mi Confesor cerrado como está, para descanso de mi Alma. Por todo lo dicho pongo de testigo a mi Redentor Jesús para que me perdone mi omisión. Roma, a 8 de enero de 1819. Firmado Juan de Almaraz”

De modo que nuestro hombre se tomó seis días en redactar dicho documento y descansar, pero esto último no lo logró. Fernando VII, del cual ya conocen ustedes la ralea, llegó a conocer su contenido y ordenó su detención. ¿Y dónde creen ustedes que fue a cumplir su perpetua condena? En el castillo de Peñíscola, el mismo que estoy viendo mientras escribo estas líneas para ustedes. Ya ven, hemos empezado hablando de Carlos III en La Cavada, y acabamos con Fernando VII, su nieto, en Peñíscola, sitios ambos de gran significado para mí.

A su criterio personal dejo la consideración sobre la legitimidad de la dinastía española de los Borbones, así como sobre la propia religión o la fé que en ésta tenían los interesados. Me explico: Carlos IV, en su inocencia, no comprendía que los reyes pudieran obrar mal, ungidos como estaban por el mismísimo Dios, de quién les venía el poder, o que las reinas pudieran pecar de adulterio, por la misma razón. Padre, hay una cosa que no comprendo… Si todos los reyes somos designados por la gracia de Dios ¿Como pueden existir malos reyes? ¿No deberían ser todos buenos reyes? Carlos III mira a su hijo y le contesta: Pero qué tonto eres, hijo mío. Así acababan estas conversaciones; su padre, Carlos III, era un hombre culto e inteligente y, por consiguiente, conocía la realidad de la religión y también su utilidad. Lo que Marx explicitó cien años después: la religión es el opio del pueblo, se sabía desde tiempos inmemoriales, aunque aún en nuestros días existan miles de millones de creyentes de distintas deidades.

Lo dicho, a su criterio queda.











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