domingo, 25 de agosto de 2019

Manteros en Peñíscola




Seguramente esto es una realidad en otros lugares, al menos en Peñíscola es una constante, año tras año.
Verán: El verano trae miles de turistas que, lo quieran o no, acaban deambulando por el paseo marítimo a lo largo de la conocida playa que nace a los pies del castillo del Papa Luna y se encamina hacia la vecina Benicarló.
Por otro lado, esos seres que arriesgan su vida cruzando el Mediterráneo, encuentran en la venta ambulante un medio para ganarse la vida, por increíble que parezca. Los ciudadanos de a pie ignoramos quién o quiénes les facilitan la mercancía, textil en su mayoría, pero se habla de “mafias”, así, en genérico; en fin, ¡quién lo sabe!, pero lo seguro es que no hay unos fabricantes para lo que va en el top manta, y otros distintos, más serios, claro está, para lo que se vende en el comercio tradicional. Lo cierto es que, provenientes en su mayoría de Benicarló, se les puede ver venir en el bus, a algunos en bicicleta, y estacionarse sobre el referido paseo donde extienden su sábana que les sirve de petate. Nada de particular, ocurre en todos los sitios turísticos, como decíamos más arriba.
Peñíscola tiene sus peculiaridades. Cuando se regeneró la costa, obra terminada en 2003, a base de verter 1,2 millones de metros cúbicos de arena de cantera – buen negocio para el propietario de la cantera cercana–, mezclados con otros 300.000 metros cúbicos de arena extraída de la playa sur con una draga, y se vertió sobre la otra, sin esperar, según la “vox populi”, como era preceptivo a que desde el laboratorio de Castellón a donde se llevaban las probetas de arena para su análisis dieran su conformidad para asegurar que se trataba de arena y no de lodo, ya el mal quedó hecho, y hoy, a lo largo de esos casi cuatro kilómetros de playa hay zonas buenas y otras, las más, “manifiestamente mejorables”, donde aflora el cieno mezclado con el grano grueso de la cantera que hacen difícil e incómodo el paseo por la orilla; al margen de que en los días de fuerte oleaje que revuelve los fondos, las olas tornan del azul mediterráneo al color terroso del limo aportado. De cualquier manera, se consiguió un frente marítimo que desde lejos simula una playa, lo que ha posibilitado que hoy en día ya no queden solares vírgenes a lo largo de su desarrollo. La profundidad de la playa es notable, alcanzando en algunos puntos más de cien metros, los que hay que recorrer hasta llegar a la orilla. No obstante todo lo anterior, la playa norte de Peñíscola está en el TOP 10 de las mejores playas del levante español, si no del universo mediterráneo: verifiquen este dato en internet, si se resisten a creerlo.
Consumado este despropósito, se diseñó un paseo marítimo por el que discurre la carretera de Benicarló, de dos sentidos y aparcamiento a ambos lados, que en la temporada alta es escenario de increíbles atascos mañana y tarde; por el lado oeste, el de tierra, hay una acera estrecha en la que hay zonas donde no se puede pasear con un coche de niños, no digamos nada si son mellizos o gemelos, y en otras, las farolas del alumbrado público, obligan a salir a la carretera; por el lado este, el del mar, la acera, algo más ancha, convive con una especie de carril bici, por el que ruedan también unos carricoches a pedal de metro y medio de ancho con unas estridentes bocinas, más los consabidos patinetes eléctricos. Pues bien, en los dos o tres metros restantes, nuestros amigos los manteros extienden sus petates para exhibir las camisetas, gorros, zapatillas deportivas, o juguetes para los más pequeños. Así, imaginarán ustedes que esa, llamémosla acera, recuerda la imagen de un mercado persa o un zoco árabe, por el que apenas se puede caminar en línea recta.
Y claro, ahí entra el Ilustrísimo Ayuntamiento de Peñíscola – o como se llame oficialmente -, que lejos de entonar un mea culpa por la chapuza en la que los españoles todos nos gastamos al pie de los 4.000 millones de pesetas (25 millones de euros), se ha puesto a legislar muy digno apuntando al flanco débil del problema: prohibir la venta ambulante con lo que, de paso, queda bien con los comerciantes locales que son los que le votan. Es decir, actúa como si hiciera algo para que lo vean sus vecinos, pero sin hacer absolutamente nada, mientras trata con esa inacción de escurrir el bulto y dar la sensación de eficacia en esa lucha sin cuartel que tiene que librar en solitario contra la inmigración ilegal, causa y origen de todos los males patrios, como sabemos todos, pues los migrantes africanos vienen a quitarnos los puestos de trabajo - vean quienes son los que doblan el espinazo en la enorme huerta que se despliega desde Peñíscola hasta Alcanar, pasando por Benicarló y Vinaroz. Hasta ahora, y desde hace tres o cuatro años, era suficiente con unos cartelones como el que han podido ver ustedes al inicio de esta entrada, más un par de patrullas de guardias municipales, ante cuya presencia los manteros recogían sus petates, y saltaban el murete que separa el proyecto de acera de la idea de playa, con lo que parece que quedaban a salvo de los guardias, al estar en un dominio de costas y no municipal. Con los primeros cartelones de los 750 euros, que imagino que nunca han sido cobrados a ningún comprador, se acabaron los saltos a la playa, pero este año la afluencia de manteros ha crecido sustancialmente, y la megafonía pública -que resulta especialmente molesta para los ciudadanos – advierte en varios idiomas de que la multa ha ascendido a ¡1.500 euros! Mi mujer me recuerda, creo que con acierto, que nunca un medio acústico estará por encima del medio escrito, por lo que los cartelones seguirán vigentes a pesar de la presencia de la megafonía.
Eludiendo, no solo la legalidad de tales preceptos municipales sino también la propia capacidad jurídica para emitirlos, esta posible práctica que, insisto, más parece amenaza que posibilidad real de ejercerse, se basa en la consideración del ciudadano como ente jurídico sin derechos, información o sentido común. ¿Cómo entiende este Ayuntamiento el principio jurídico de proporcionalidad entre el delito, el daño causado y la pena impuesta? ¿Puede alguien que haya comprado una camiseta por siete u ocho euros ser condenado a pagar una sanción de mil quinientos? ¿Será la cárcel la alternativa, o será enviado a galeras? ¿Puede el siguiente paso conllevar la horca para el delincuente?
La protección para el comercio local podría ser más efectiva negando el permiso municipal a la apertura de las grandes superficies, haciendo que se respeten horarios más normales para el comercio, o combatiendo la venta por internet, por citar sistemas que parecen muchísimo más perjudiciales para el pequeño comerciante local. Y la defensa para los turistas que llenan Peñíscola se podría cimentar en otras medidas, como se hace en otras localidades turísticas, en vez de enfrentar a la población con los manteros. Porque, a estas alturas, está ya perfectamente claro que el número de éstos crece exponencialmente aunque el Ayuntamiento se empeñe en impedirlo; su Alcalde seguro que lo sabe, no en vano, en la anterior legislatura simultaneó su cargo con el de Diputado Provincial de Turismo: nadie más y mejor enterado que él en estos menesteres.












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