jueves, 22 de agosto de 2019

Notas de agosto (uno)






Uno. Ustedes recordarán el revuelo que se armó el año pasado con ocasión del contrato de venta de las cinco fragatas a construir en los astilleros de Cádiz destinadas al ejército de Arabia Saudí; que cómo iba a ser eso posible si en Cádiz el alcalde era de Podemos; que eso era una contradicción tremenda, del estilo de las que ese partido abominable nos tiene acostumbrados; que si Venezuela...ah, no, no, esto no es de aquí, disculpen.
La cosa es que ahora nos enteramos de que la persona que firmó el contrato de venta de los barquitos por la parte española (Navantia) ha fichado por la parte compradora. Vamos, para entendernos, que es algo así como si el futbolista que erró el penalti de su equipo en el tiempo de descuento y que le hubiera dado el campeonato que el equipo contrario se llevó por goal average, hubiera fichado por el equipo contrario. ¿No resulta un tanto sospechoso?
Pues así son las cosas: Arabia Saudí, tercer comprador mundial de armamento, se ha llevado, para la empresa pública saudí encargada de las compras militares, al español que está al tanto de los precios de coste y de venta de los dichosos barquitos. Hay quienes ven en esta operación grandes oportunidades para continuar vendiendo a los saudíes, sin considerar el uso que esa dictadura religiosa pueda hacer de las armas; hay otros que entienden que los saudíes disponen ahora de información privilegiada para amortizar lo que les pueda costar la compra de nuevas fragatas y la comisiones a pagar y las ya pagadas.
Pero como siempre, la culpa será de Venezuela y del Kichi (alcalde de Cádiz).


Dos. No creo yo, estimados lectores, que entre ustedes haya muchos que posean una Sicav, ni siquiera que estén al tanto de lo que ese palabro signifique, pero me parece fundamental que en estos tiempos de crisis económica estén bien informados, más que nada para que calibren su situación personal y vean la suerte que tienen al permanecer al margen de ese mundo de las altas finanzas tan vapuleado y sometido a los vaivenes de las diosa fortuna.
Empecemos pues por una rápida explicación de lo que es una Sicav: Sicav es el acrónimo de Sociedad de Inversión de Capital Variable, y ha de cumplir con un mínimo de 100 accionistas (usted mismo y otros 99 nombres que su asesor le proporcionará y que nunca pintarán nada en la sociedad), deberá estar domiciliada en España (pongamos en el despacho de su asesor), y, eso sí, deberá pagar el Impuesto de Sociedades a la Hacienda Española. Pero hete aquí, ese pago será el 1% (no, no me equivoco) de sus beneficios. El inconveniente es que el capital mínimo que ustedes han de desembolsar para su constitución es de 2.400.000 euros de nada. Aunque, como en todo tipo de sociedades, la aportación se va haciendo paulatinamente -vamos, con sus ahorrillos, para entendernos. Por el lado bueno estarán ustedes exentos del Impuesto sobre Transmisiones Patrimoniales y Actos Jurídicos Documentados.
Pero como decíamos al principio de este comentario, ser propietario de una Sicav entraña unas preocupaciones y cuidados en absoluto baladíes que no se sufren si se es persona que vive de su sueldo, su pensión y/o de unos ahorrillos que se tengan. Y si no que se lo pregunten a Alicia Koplowitz, que con un total invertido de 320 millones solo lleva una rentabilidad acumulada en el primer semestre del 4,23%; o la sicav de los March, con un patrimonio de 1.108 millones y una rentabilidad del 4,44%; o la de la hija de Amancio Ortega, con 301 millones y una rentabilidad del 5,72; y tantos otros atribulados por la guerra comercial entre China y USA, por el Brexit, y otros tantos factores que influyen en la volatilidad a la que están sometidas las bolsas y los negocios financieros. Así que si a veces a ustedes les cuesta llegar a fin de mes, sean sensatos y mediten sobre lo que pueden estar sufriendo estas personas. Encontrar un sistema que les proteja de esos movimientos debiera ser uno de los principales objetivos de todo gobierno, por la sencilla razón de que si a ellos les va bien nos irá mejor a todos nosotros. ¡Pobrecitos ellos!

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