viernes, 22 de noviembre de 2019

Iberdrola y su galán





El pasado 13 de octubre, XL Semanal, la revista del grupo Vocento – ABC, La Razón, El Correo, El Diario Vasco, El Diario Montañés, El Comercio, y un largo etcétera- ofreció una extensa entrevista a Juan Ignacio Sánchez Galán, presidente ejecutivo de Iberdrola desde hace ya 11 largos años. No es habitual que una revista de este tipo haga esa clase de entrevistas, pero, a fuer de sinceros, tampoco es habitual que un ejecutivo español (el más veterano en Europa en el mismo cargo) sea invitado a pronunciar unas palabras ante la Asamblea General de la ONU. Por todo lo anterior, no es fácil saber si esta clase de entrevistas se deben al deseo de informar, están promocionando la imagen del entrevistado y la empresa que preside, o bien, a demanda de éste, preparan una defensa para lo que se presume pueda ser una larga etapa de noticias, artículos y comentarios no demasiado beneficiosa para ambos. Si partimos del hecho que hay alguien que escribe los discursos del Rey (por ejemplo) no tiene nada de extraño que haya quien se ocupe de contestar a las preguntas – por escrito, claro- de un periodista, o simplemente, entregar a éste las preguntas y respuestas, e incluso algunos datos personales del supuesto entrevistado para adornar el panfleto; es cuestión solamente de tener entidad suficiente como para disponer de un buen equipo de comunicación e imagen.
Porque resulta obvio que la entrevista referida resulta claramente laudatoria para el entrevistado, hasta el punto de que contiene, en la parte de las respuestas, frases que solo pueden ser ciertas si se dicen, y no cuando se escriben (así se da más sensación de realismo), y queda clarísimo para el lector que estamos ante un hombre especial, de los que caben pocos en la docena, con una visión de futuro sorprendente, una capacidad de gestión fuera de lo común, y una comprensión global de la vida y de la empresa, en las que la ética empresarial, la satisfacción de los accionistas, de los clientes, y de los trabajadores nunca van a conculcar los intereses de la sociedad en la que vivimos, y que sus propios resultados finalmente logran un maridaje perfecto entre todos esos objetivos resumidos en una exquisita responsabilidad social corporativa. Es decir, no tiene nada de extraño que Juan Ignacio Sánchez Galán sea en Europa el CEO más veterano entre los de las grandes empresas: vamos, que no lo hay mejor.
Florentino Pérez (otro con fama de buitre), presidente de la constructora ACS y del Real Madrid, entre otras empresas, apeteció en su día lograr un buen paquete de acciones de Iberdrola: y lo consiguió, el dinero no iba a ser la dificultad. Comprando y comprando llegó al 20% del capital de la eléctrica, y quiso, como es natural, acceder a un puesto en el Consejo de Administración, primer paso de otro objetivo que él solo sabrá. Nuestro Galán se vio amenazado por un accionista tan peligroso y se negó en rotundo. Argumentó, que yo sepa, que Florentino era ya accionista de otra eléctrica, y aunque lo que yo recuerdo de derecho mercantil defiende la intención del accionista entrante y no entra en otras valoraciones, Florentino no lo consiguió; había pinchado en hueso y se vio obligado a vender su paquete de acciones, se dice que con pérdidas.
A pesar de lo modélica (¿) que fue la transición española, ni los hombres ni las ideas del antiguo régimen habían desaparecido de la escala de mando, y los que entraron en la policía, en gran parte, comulgaban con los anteriores. No tiene nada de extraño que personas como el archifamoso comisario Villarejo, con otros, pudiera montar una empresa, al margen de su dedicación oficial, pero aprovechando esta para dar “servicio” a las gentes necesitadas. Entre éstas, podemos citar, por ser de rabiosa actualidad, al BBVA, donde su ex presidente se enfrenta en un juicio por contratar esos servicios para vigilar, encontrar algún trapo sucio, y enfrentar así la escalada de cierto candidato a hacerse con su puesto. Curiosamente, algo muy parecido a lo del caso que nos ocupa, este de Iberdrola y su galán.
¡Viva la libertad de mercado!




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