domingo, 12 de abril de 2020

Balcones anti virus





Las ocho de la tarde, la hora de los aplausos, cuando vamos conociendo vecinos nuevos, que no es que hayan llegado ahora, que estaban ahí, en ese mirador de enfrente, en esa ventana, en ese balcón en el que no habíamos reparado; veíamos gente sí, pero no la conocíamos, ni siquiera de vista. Enfrente hay una familia cuya hija, Julia, lanza un irrintzi, típico grito vasco, un aúpa vecinos, o un aúpa Amara, que logran que los aplausos se renueven con mayor fuerza, y las sonrisas y los saludos desde la lejanía se multipliquen. Después, nos retiramos al interior de nuestros castillos y escuchamos las noticias y nos ponemos al día de lo último que ha sucedido. He de confesar que apenas sigo el recorrido vital del virus (¿puede ser esto redundante?) porque resulta obsesivo y es mejor atender solo una o dos veces al día.

Cuando salgo a los aplausos pienso unos segundos en el personal sanitario y en el amplio grupo de oficios y personas que nos hacen la vida posible durante este largo confinamiento; unos segundos, no crean, lo que han tardado ustedes en leer la frase anterior. Después, en otros momentos del día, como este que compartimos ahora, pienso en la gente que está en casas poco cómodas, o en malas condiciones, o no tienen casa, que piensan en el próximo futuro porque hayan perdido su trabajo o sospechen que puedan perderlo, que tengan un familiar ingresado con la etiqueta de contagiado…

Escucho a un enterrador madrileño que explica el sufrimiento y el pesar de los deudos que no han podido despedirse de su familiar y lo están enterrando sin ceremonia. A continuación hablan de Nueva York y su número de muertos, que ya se acerca al nuestro y va a batir récords mundiales e históricos, y veo, en un paraje desolado con edificios desconchados y abandonados, un terreno baldío donde han abierto una zanja para depositar docenas y docenas de féretros de desnuda tabla sobre las cuales vierten paladas de tierra sucia y húmeda, y dicen que son muertos sin reclamar, y que cuando sean reclamados los volverán a desenterrar… Pienso que no hay razón para que nos quieran engañar, la emisión televisiva es para nosotros no para los neoyorquinos. Esas personas que entierran así son las que ellos llaman losers, perdedores, que es uno de los peores insultos en la tierra del triunfo garantizado para quien trabaje duro y constante. Nosotros sabemos que ser pobre y negro o hispano es tener todos los números para ser carne de presidio, para no poder pagar un seguro sanitario que te salve del virus, para ser un perdedor en ese país donde se presume de impuestos bajos o nulos, y que algunos quieren trasplantar aquí, cuando lo que hemos de hacer es justamente lo contrario. Esos muertos de la zanja nunca serán reclamados por nadie, nadie va a reclamarlos porque sería prohibitivo para sus bolsillos o porque quizás ni sepan qué ha sido de ellos. Y porque además tampoco exista registro de cada uno. Recuerden sin ir más lejos, el caso de los fallecidos españoles en el accidente del Yak-42 en Turquía: Cuántos golpes de pecho, cuánto saludo a la bandera, cuánta apelación a la patria por parte de los directamente responsables, grandes militares y políticos españolísimos.

Así que juntémonos con nuestros vecinos, seamos una piña, conozcámonos mejor, hagámonos mejores, si es posible.
Y, sobre todo, no nos dejemos engañar. Esto lo superaremos unidos, todos a una, pero no como un rebaño.

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