lunes, 6 de abril de 2020

La guerra





Y entonces aparecieron todos, los uniformes resplandecientes, aquellas pecheras repletas de cruces, medallas e insignias, con esas chapas de colores de las que los profanos ignoramos su significado pero que deben ser algo así como el resumen de las cuentas bancarias para los millonarios; dos de ellos, los de la Guardia Civil y la Policía Nacional con unas apariencias de gente bragada en el oficio; el Jemad, la máxima autoridad militar, con el aire de suficiencia que le otorga el cargo: la cabeza echada hacia atrás, permitiéndole observar y dominar mejor la escena. Podían haber llevado el uniforme de faena, o como se diga, ese en el que solo se distingue el nombre y la gradación, y que da mejor apariencia, la apariencia del que está trabajando, pero...
Así empezó el despliegue de ese lenguaje militar que ha acabado por imponerse: todo el mundo habla de la guerra, desde el presidente del gobierno hasta la oposición; desde científicos hasta filósofos, el último, hoy mismo, Josep Ramoneda, que ha dicho que el confinamiento supone, de hecho, un recorte en las libertades individuales. Salvo en la de opinión, diría yo.

Así que yo no voy a ser menos, hablaré también en términos militares, aunque mi guerra va a estar más dilatada en el tiempo. Tenemos, no obstante, que acumular el bagaje necesario, lograr que la intendencia de las ideas trabaje sin descanso, para que cuando llegue el momento, que llegará, no de golpe en un amanecer radiante, sino en pequeñas fases que nos irán dando esas cotas de libertad que nos han sido arrebatadas, estemos preparados para esa guerra, para esa batalla, más bien, que habremos de librar. Porque la guerra no es nueva, es la guerra de siempre, la que se lleva librando batalla a batalla desde tiempo inmemoriales, pero sobre todo desde que la avaricia y la acumulación de poder en manos de unos pocos empezaran a dejar a las mayorías sociales con la parte residual de las ganancias, desde que se inició esa loca carrera que ha llevado a que el 1% de las personas acumulen tanta riqueza como el 45% restante, en tanto el 50% de la población mundial no llega al 1% de la riqueza.

Debemos estar preparados para que la salida de la crisis del virus se aproveche para encaminar actividades en el entorno de la lucha contra la crisis climática. La crisis anterior nos hizo perder una cierta hegemonía industrial en el dominio del aprovechamiento de la energía solar; quizás estemos a tiempo de recuperar esos años perdidos, y ganar esa guerra

Tampoco podemos perder la guerra que la socialdemocracia viene perdiendo desde hace decenios. Hasta el punto de que hoy ese concepto político-social se muestre carente del significado profundo que tuvo en sus mejores momentos, encarnados en el Partido Socialdemocrático Sueco, que en las décadas de los treinta, cuarenta y cincuenta del siglo pasado llevó al país a instaurar el Estado de Bienestar que ahora añoramos. No podemos perder la guerra por la Sanidad Pública, que tanto ensalzamos ahora, debemos revertir al dominio público aquellos hospitales que hoy explota la sanidad privada, principalmente en las comunidades madrileña y valenciana; no podemos consentir el fracaso de los cientos de residencias privadas, en manos de compañías de seguros y fondos de inversión extranjeros que se han revelado causantes de buena parte de los ancianos residentes fallecidos. Y quizás tengamos que reconsiderar la arquitectura autonómica en estos aspectos para que la sanidad pública tenga una responsabilidad única y no esté al albur de las políticas de ciertas autonomías que drenan los fondos públicos en favor de actividades privadas.

Y en el mismo sentido, la política impositiva ha de ser la misma para toda España. No puede ser que, como en el caso de Madrid, se elimine el impuesto del patrimonio y de sucesiones y luego, en caso de necesidad, se venga a exigir a la administración central un trato igual que a las demás autonomías.

Estas son la clase de guerras de verdad, las que tenemos que ganar. Para situaciones urgentes, en caso de necesidad, disponemos de la UME (Unidad Militar de Emergencia) un cuerpo de ejército que justifica y prestigia la profesión.




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