Es un sentimiento de profunda
tristeza y, seguramente, por varios motivos. De un lado, por lo reciente de la
visita que aún te permite ver sus imágenes frescas, con su carga de belleza,
con el esfuerzo llevado a cabo por el hombre en su construcción, a diferencia
de otras obras humanas, que no transmiten el mismo mensaje. Me explico, el
incendio de una pequeña parte de la mezquita de Córdoba es algo que nos
entristece al tratarse de una obra de arte; rápidamente, pensamos que quizás ha
podido haber un fallo en el sistema eléctrico – impropio - de esa parte, que de
no haber estado dedicada a la oración, quizás no hubiera sucedido. Porque la
Mezquita en su conjunto pertenece ahora a la Iglesia española – ha sido inmatriculada por mor de una ley ladrona restaurada por el gobierno de un tal
José María Aznar– y el cuidado quizás no haya sido como el que se presta a un
museo o una obra perteneciente al Estado.
Es posible que ustedes
recuerden dos entradas que publiqué en estas páginas tras una visita
inolvidable allá por el mes de abril: Las Médulas el 11 de junio, y Peñalba y Santiago
el 11 de julio. Pues bien, ambos monumentos, el primero de época romana y el
segundo, mozárabe, han sido sometidos por esos fuegos que se han desatado
aprovechando el excesivo calor y la poca vigilancia que las autoridades
pertinentes prometieron prestar. El primero de ambos ha sido prácticamente destruido; el segundo con sus habitantes evacuados ha sorteado el peligro de las llamas, después de que las Autoridades regionales juraran ante la Unesco
el adecuado empleo de los fondos recibidos para evitar que algo así ocurriera.
En esas fechas que menciono
traté de ofrecerles una explicación de ambos monumentos, cercanos entre sí;
hoy, como les digo, la situación es muy distinta y los ciudadanos que los habitan se estarán preguntando cómo
puede suceder una cosa así.
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