jueves, 28 de julio de 2011

La barbarie


 En relación con este acto de barbarie -no se me ocurre otra forma de calificarlo- ocurrido en Noruega, les propongo la lectura de un texto, Asesinos Ilustrados, que se publicó en Euroequipos en el número de marzo del corriente año, primero de una serie de tres y que guardan relación con esta clase se sucesos.






ASESINOS ILUSTRADOS



Quiero hoy hablarles de un asunto que me ha llamado siempre la atención, y que sospecho, por las notas de que dispongo, que no se agotará en un solo número, sino que tendrá carácter plural.

No me interesa el crimen que pudiéramos tildar de común. Lo lamento, claro, lo siento como cualquier pérdida o atrocidad, pero no me interesa en el sentido que les voy a explicar a ustedes. Por crimen común quiero que entendamos aquel que se puede producir durante un atraco, pongo por caso. O el de la violencia de género, como se llama ahora. O bien, el que se produce en el transcurso de una reyerta, sea entre dos o más personas.

Me interesa, sin embargo, aquel que viene precedido de la premeditación, si puedo expresarlo así. Pero que además lo perpetren personas cuyo objetivo pudiera parecer lo contrario al despojo vital de un semejante.

Por ejemplo, se sobreentiende que los ejércitos están destinados a defender las vidas y haciendas de los habitantes del país en cuyo nombre actúan, aunque sepamos que, estadísticamente, en todas las guerras mueren muchísimos más civiles que militares, y que en los años de escasez que se derivan de las mismas, los que pasan las hambrunas y penurias son los civiles y no los militares. Pero podemos decir que éste no es el objetivo.

Por otro lado, tendemos también a admitir que, a mayor nivel de instrucción pública, cuánto más alta sea la formación del individuo, menor debiera de ser su propensión al crimen.

Pues bien, por todo lo anterior, me interesan sobremanera los crímenes perpetrados por gentes que respondan a este perfil, que, abusando de su paciencia, les he explicado. Perfil del que no esperaríamos un asesinato despiadado, arteramente calculado, por seres que, a priori, debieran dedicarse a salvar o cuando menos cuidar vidas ajenas. Y no he encontrado mejor ejemplo de estos Asesinos Ilustrados  que el que hoy voy a exponerles.

Saben ustedes que las explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki forzaron el armisticio con Japón y, de rebote, la guerra en Europa. La bomba atómica, su enorme capacidad destructiva, debió de convertirse en objeto del deseo para el ejército francés, que emprendió la construcción de la misma hasta conseguir hacerse con un pequeño gran arsenal. Pero ¡ay!, Francia no tenía enemigos en esos momentos, la guerra hacía años que había acabado y, hombre, algo había que hacer, pues las bombas se construyen para que detonen. Se disponía de un buen escenario, ya que Argelia, con su enorme desierto al sur, era colonia francesa: allí se podía hacer un ensayo y comprobar los efectos sobre el terreno, la dimensión del cráter, la onda expansiva, qué sé yo…sí, pero ¿y la población? ¿Qué caiga sobre cientos de presos, dice usted? No hombre, por Dios, sería inhumano, hay que hacer algo que pase desapercibido pero permita medir los efectos sobre la población.

Imagino que las sesudas discusiones serían de este cariz. Al final, sea como fuere, Francia dispuso de lo que tenía más a mano: sus propios soldados de reemplazo. Pero no teman, no les echó la bomba encima, situó a unos trescientos de ellos a una distancia prudencial, a unos ochocientos metros, protegidos por máscaras y gafas antipolvo y metidos en unas trincheras y allí aguantaron, digo yo que estoicamente, lo que se les venía encima. Veinte minutos después de la explosión hubieron de avanzar hacia el lugar de la misma hasta acercarse a unos setecientos metros, en tanto que otros, en vehículos, llegaron hasta doscientos cincuenta metros. Excuso decirles que los médicos que iban a reconocerles y los oficiales al mando se colocaron como es normal -eran gente de carrera, no imbéciles- mucho más lejos, a retaguardia, donde no hubiera peligro.

Y todo esto, dirán ustedes, ¿al acabar la guerra, verdad? Pues no, la primera vez, en 1960, es decir, quince años después de Hiroshima, hace ahora cincuenta y un años, y así siguieron hasta 1996. Les ahorro el recuento de enfermedades, malformaciones, cánceres, etcétera, que aquella pobre gente ha sufrido. ¿Creen ustedes que a los responsables de esos desmanes les cabe el apelativo de asesinos ilustrados? Pues lamentablemente hay muchos más. Volveremos sobre el tema.



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