jueves, 6 de septiembre de 2012

Isla de tierra




Gracias a los pretendientes a inmigrantes subsaharianos –todavía  deberíamos llamarles emigrantes, pues están en tierra de nadie- nos hemos enterado del nombre de uno de esos peñones que tenemos en la costa marroquí (¿no podríamos llegar a un acuerdo con el primo del rey y vendérselos?), últimos vestigios de nuestra época colonial.
Hemos podido ver el desalojo con nocturnidad y alevosía –sin viento fresco de levante, esta vez- de esas pobres personas, para contemplar, a continuación, su deambular inmisericorde por el paisaje marroquí.
Médicos sin Fronteras, el Comité para la Ayuda a los Refugiados y otras organizaciones que se preocupan de estos casos nos cuentan que han sido vejados, golpeados y perseguidos, quizás llevados ante la frontera argelina para que se busquen allí la vida, a sabiendas de que también serán expulsados de ese país.
Cierto, nosotros no tenemos la culpa, no les hemos invitado a nuestra fiesta y ni siquiera se sabe si habrá sitio para todos los que ya hemos llegado a este banquete. Pero son personas. De otro color, pero personas.
Y, como dice mi amigo Luís, ateo confeso y anticlerical acérrimo, ni los del turbante ni los de la sotana han dicho una palabra. Y que lo único que les preocupa son las cuestiones relativas al sexo y al sometimiento de los parroquianos. ¿Será cierto?

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