jueves, 21 de mayo de 2020

Aluche





Citamos a Aluche, pero podríamos hablar de Vallecas, el Pozo, o tantos barrios de tantas ciudades españolas, barrios de extracción mayoritariamente obrera y trabajadora, que están de actualidad por las colas de cientos y cientos ante la asociación de vecinos que reparte bolsas de comida para los más necesitados. Vecinos que esperan pacientemente horas y horas, de pie, haga frío o calor. Esta es una de las consecuencias de la crisis económica generada por la pandemia. Se trata de gente que tenía un trabajo y lo ha perdido, de gente a la que la ayuda le tarda en llegar y no cuenta con recursos suficientes para cubrir ese período entre el cobro del último jornal y el del nuevo ingreso, si éste tarda en llegar algo más de lo que sería deseable. Es decir, gente que vive en eso que llamamos la precariedad, tanta veces nombrada. Gente sin trabajo y gente con trabajo pero a la que no le alcanza para vivir. Gente que no sabe elegir sus empleos, ya lo decía Antonio Garamendi, hay que trabajar más y no esperar la sopa boba, que esto es repartir la miseria.

Es gente que tiene las cacerolas justas para hacerse sus cocidos, y ni se le ocurre ir al chino y comprarse una bandera española; no tendría ninguna utilidad, no es gente de banderas, es gente de necesidades sin cubrir, por eso tampoco van a salir a la calle con un cazo y un puchero para que se les vaya el esmalte y se encuentren con otra necesidad más. Prefieren hacer esas colas, a veces por varias horas, para volver a su pisito y aliviar el gusanillo que sienten, ellos y los suyos, a las mismas horas que la gente normal.

Porque en el barrio hay gente que puede más, y es solidaria con la suerte de sus convecinos; en las comercios de alimentación se recogen esas ayudas, aumentadas – también hay que decirlo- por el propietario, ayudas que se van almacenando en los locales de la propia asociación, hasta el punto de que sus responsables han solicitado al Ayuntamiento que habilite transitoriamente algún local a tales efectos, sin obtener la respuesta esperable; el consistorio ha de tener tareas más perentorias, es comprensible.

En cambio, hay otras personas – estos ya no son gente, son personas, y algunos, personalidades-, que viven en otros barrios, esos barrios que se llaman “de bien”, de bien de toda la vida, para entendernos. Estas personas, tienen sus necesidades cubiertas porque para eso tienen buenos trabajos, y heredan sin pagar impuestos. Quizás estén esperando que esto de la pandemia se acabe para que les entreguen el nuevo Jaguar que se han comprado, que estará aparcado en un garaje que no es el suyo. Tienen estas personas banderas españolas como corresponde, y en el despachito de su casa se podrán ver, además, una banderita de esas de sobremesa y fotos de los líderes españoles de toda la vida, ya me entienden. Y también tienen estas personas mucamas en su casa que quizás son familiares de aquella gente de la que hablábamos al principio, y salen a la calle arropadas por una bandera, que así se sienten más seguras, acompañadas por esas mucamas para que les sostengan las cacerolas y los cazos, los mismos en los que prepararán sus pitanzas, que los utensilios culinarios de las personas no se usan para estos menesteres.

Al fin hemos de concluir que los instrumentos de cocina marcan también las diferencias de clase, esas diferencias que dicen que no existen; las banderas sirven para eso, para dar colorido a la vida. Y muchas veces para engañar a los incautos.




1 comentario:

  1. Tan real como doloroso. ¡ Qué tristeza, porque no creo que esto cambie nunca!

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