lunes, 18 de mayo de 2020

Población y poesía (5)


Este texto se publica en la revista OP Machinery, en su número de mayo.


Siempre me detengo en la sección de Cartas al Director en El Diario Vasco, que más o menos, leo a diario. Hay tres o cuatro firmas que se repiten con cierta cadencia y con los que estoy de acuerdo, en una gradación del mucho al bastante. Esta vez creo que fue el título y algunas palabras al vuelo, pues no conocía al remitente, lo que me impulsó a leer la carta entera. Y enseguida cautivó mi atención, pues al instante la música del romancero se apoderó de mí: aquello era un poema, a pesar de que en el periódico apareciera escrito como texto, todo seguido.
Que no se moleste el responsable de la sección; puedo entender la escasez de espacio, pero si lo leyó – y eso es seguro- no comprendo que no sintiera aquella chispa que sentí yo.
Me puse ante el portátil y fui dando forma a aquél párrafo maltratado: en efecto, estaba ante unos octosílabos bien hilvanados que destilaban, además, la queja y el dolor por unos hechos que cualquiera que los conozca no puede menos que condenar tajantemente, y, más aún, estando nosotros, como Estado, directamente implicados.
Véanlo ustedes mismos:

DONDE MUERE EL AMOR

La tierra roja se vuelve
por sangre de unos hermanos.
Masacramos refugiados,
somos nazis del terror.

Otro holocausto se cierne
donde yacen hacinados
los que huyendo de la muerte
viven en la sinrazón.

Van pasando muchos meses,
cada vez más olvidados
y ya el alma se les muere
y también el corazón.

Los gobiernos que hoy pueden
solucionar sus traslados
como Pilatos proceden
sin vergüenza y sin rubor.

Y como a bestias los tienen
(¿qué son derechos humanos?)
olvidados a su suerte
y engalanados de horror.

Dudo si corazón tienen
hace falta demostrarlo.
En Lesbos campa la muerte,
en Moria muere el amor.

De modo que estaba ante un poeta, era evidente. Un poeta con preocupaciones humanitarias, eso también. Releí la firma: Roberto Panizo, Elgoibar. Bueno, no estaba lejos, menos de 50 kilómetros de casa.

No me resultó difícil localizarlo, y el mismo día estaba hablando con él. Roberto es un jubilado (casado, dos hijos, dos nietos) nacido en Bilbao hace 64 años y residente en Elgoibar desde que tenía cuatro. Hombre de profunda fe religiosa – en esto no nos parecemos, le dije-, hace sus pinitos poéticos desde hace unos cinco años y tiene un libro publicado.
Como ejemplo de su obra, vean a continuación lo que sigue, que describe la futilidad de una vida sin sentido y la necesidad de la reflexión a tiempo.

EN ESTE MOMENTO

Caminamos tan aprisa
que cada momento es bueno,
para utilizar los frenos,
y aminorar de puntillas.

Y conseguiremos vernos
cada vez con más apego,
sintiendo al reconocernos
que no perdimos la pista.

Saboreemos la vida.
Avancemos paso lento
sintiendo cada momento
que merece ser vivida.

Tal vez logremos la dicha,
cuando por fin encontremos
la suerte de conocernos
sin marchar a la deriva.

De modo que ya ven que la poesía aparece por doquier; a veces con poetas
de prestigio que nos dejan sus obras para que podamos leerlas por las ciudades y pueblos, casos de Celso Amieva y José Jurado Morales, otras veces, poetas desconocidos como Vincenzo Cancila, en un hotel en Agrigento, o Teófilo Marcos en un bar de Celorio, y otras como mi estimado Roberto Panizo, a quien El Diario Vasco quiso reconvertir en prosista.

La poesía se despliega por doquier. Lo importante es que andemos listos y avistemos la presa. 

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