martes, 14 de junio de 2011

Baba de caracol






Pertenezco a esa mayoría social que encuentra los anuncios de televisión mucho más interesantes que la programación de relleno. Todos sabemos, queridos lectores, -a propósito, ¿hay alguien por ahí?- que el objetivo de la televisión son los anuncios, que es donde se gana el dinero, gran parte del cual se dilapida de mala manera en los programas. Por eso no sorprenderé a nadie al decir que estudio los anuncios, los comparo, y llevo unas fichas donde anoto las reflexiones que cada uno me provoca, y anualmente me hago una especie de clasificación. Confidencialmente les diré, -en serio, ¿hay alguien? ¿Sí? ¿Usted?-, le diré, decía, que entre los que más me gustan están los de colonia para caballero.
Me imagino que usted, al igual que hago yo, no sólo ve el anuncio, sino que se interroga por lo que hay detrás del mismo: Quién lo piensa, quién lo lleva a cabo, quién lo paga. Dentro de esta última categoría quiero hablarle, amable lector, de uno de esos negocios que empiezan como pequeñas y humildes actividades cuasi mercantiles, y que, por distintas circunstancias donde influye la suerte, pero también, y en no menor medida, el espíritu emprendedor de nuestros empresarios, devienen, al tiempo, en industrias prósperas, rentables, y de un gran futuro. Casos de éxito que se estudian en las escuelas de negocios donde se forma la clase dirigente que ha de tomar el relevo en un futuro ya inmediato.
Por razones que no vienen al caso, he trabado gran conocimiento con una persona cuya historia voy a narrarle,- ¿le importa que nos tuteemos?, ¿no?-, en la extensión que permiten estas líneas. Empezó recogiendo los caracoles que buenamente podía, por entre las piedras del campo, ya me entiendes. Contrató después gente sin calificación alguna, desocupados temporales, prejubilados de la banca, y enseguida, inmigrantes.
Hoy tiene prósperas granjas. ¿De caracoles?, me preguntarás. Sí señor, de caracoles. Te explico: este molusco gasterópodo es hermafrodita, por lo que su crianza en gran escala no plantea grandes problemas, vamos que no hacen falta ni apareamiento ni inseminación artificial: unas mínimas condiciones de humedad relativa –entre el 60 y el 80%, creo que me dijo- son suficientes para tal fin. Hasta ahora los alimentaban con salvado, pero están desarrollando ya un nutriente en el que se incorpora la propia concha del caracol, que trituran en unos pequeños grupos móviles desarrollados ad hoc.
Ya criados y en su peso, se hace que suelten la baba, al tiempo que se les somete a un proceso de cocción, donde naturalmente, la palman. La carne, ya cocida, se enfría rápidamente y se congela para poder ser vendida en los canales habituales. Habrás observado un notable aumento de platos de caracoles bajo distintas rectas culinarias en todo tipo de restaurantes, incluidos los de menú del día. ¿Qué sólo comes a la carta? Pues vaya presupuesto.
A lo que iba, envasados al vacío o congelados, se pueden encontrar en todas partes, desde tiendas de delicatessen hasta grandes superficies. Lo mismo ocurre en Francia, -te lo digo por si viajas al país vecino-, sólo que allí los llaman escargots, pero conste que proceden de las granjas de mi amigo. Ya sabes, los franceses son muy suyos.
¿Y donde está el negocio?, te preguntarás, ya que hasta ahora no te he contado nada que no fuera conocido. Pues en la baba, amigo mío, si me permites la familiaridad. La baba que esos cornúpetas invertebrados sueltan en abundancia, se hace pasar por unas piscinas de decantación, se centrifuga a continuación, y una vez totalmente seca, se le añaden los excipientes, esencias y aromas apropiados y se envasa en unos frasquitos que se venden a 80 euros, ya que tiene unas propiedades maravillosas para el tratamiento de la piel. Porque es bien sabido que el caracol regenera su concha si por cualquier razón la hubiera perdido. En ese principio activo que se encuentra, como ya habrás adivinado, mi querido e inteligente lector, en la baba del caracol, han encontrado los más conspicuos científicos del Laboratorio Nacional para la Investigación Epidérmica Marqués de Cantarranas, el remedio que la humanidad estaba esperando desde el origen de los tiempos para los problemas cutáneos de todo aquél que disponga de 80 euros y no sepa qué hacer con ellos.
Como no todo es un camino de rosas, esta floreciente empresa tuvo que hacer frente a una competencia claramente desleal, que obtenía la baba, no del caracol, sino del limaco. Claro, la baba a simple vista es la misma, por lo que fue muy fácil embaucar al consumidor en una primera instancia, pero ya sabes que el limaco no tiene concha, por lo que su baba mal puede contener ese principio activo y ser capaz de regenerar lo que no está en su ser. Aprovecho este inciso para advertir que las pruebas realizadas con la variedad de caracol chupalandero, no han dado, ni de lejos, los mismos resultados, por lo que si esta información llega por cualquier avatar de la vida, a algún emprendedor de Murcia, le aconsejo que piense en otra cosa.
Le oí decir, hace unos años ya, a Schumpeter, en una conferencia que pronunció en el Ateneo de Rucandio, que el número de imbéciles es infinito y crece en progresión geométrica. Que por cierto, he de manifestarte que nunca he entendido  bien tal aseveración, pues si el número de imbéciles es infinito, ¿cómo podría crecer dicho número, no ya en progresión geométrica, ni aritmética, sino, simplemente, crecer a secas? La única explicación que he podido encontrar es que sea algo parecido a lo del Big Bang –no confundas con el Big Ben, que está en Londres-, y que el universo de los imbéciles esté también en continua expansión.
Ahora mi amigo está pensando en cómo invertir entretanto los pingües beneficios, más que nada por diversificar y parece que se decanta –por lo de las piscinas, ya me entiendes, ah! ¿Qué te llamas Lucas?-, por editar, te decía, en DVD, el programa ese de Mira quién baila.
Y es que lo de la nietísima tiene mucho gancho. ¡Hasta luego, Lucas!

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